LA ÚLTIMA

Avenida

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Lo que diferencia a una ciudad de un pueblo no es sólo el número de sus habitantes. Las primeras tienen avenidas, las segundas tienen calles. Esas arterias bulliciosas conforman como un entramado que recuerda al esqueleto urbanita del progreso. A veces son elegantes y le dan un aspecto de vida, bullicio y ajetreo a ese núcleo urbano por excelencia. Algunas tienen varios carriles de circulación, o se transforman en bulevares con vegetación frondosa. Desde sus veladores se puede ver la vida pasar entre los sorbos de un café reposado. Otras sin embargo han conseguido erigirse en la meca del lujo y del exotismo, o han caído tan bajo que sólo son templos de la usura o de la barbarie de las burbujas bursátiles, o incluso están tan despobladas de sueños que sólo la miseria se ha instalado en sus aceras.

Posiblemente Cádiz sea la única ciudad que tiene sólo una Avenida, las demás que pretendían quitarle esa hegemonía no han conseguido alcanzar ni siquiera dicha categoría, a pesar de tener nombres regios o recordar a personajes o hechos constitucionales de relevancia. Esa columna vertebral de nuestra ciudad, flanqueada por dos fortificaciones emblemáticas, el Torreón de Puerta de Tierra y la Batería de Cortadura, sí tiene varios nombres, y sobre todo varias historias. Dramáticas, de personas que intentan sobrevivir en sus aceras. Roberto aún mantiene su atuendo decoroso, sus zapatos aún conservan el lustre del último betún dado bajo techo. Sólo lo delata su mirada perdida en una ciudad que apenas conoce. En otro tiempo tuvo trabajo estable y familia normal. Consideraba que su situación privilegiada era imperturbable. Las circunstancias han querido que con vergüenza tenga que pedir ayuda. Hassan pensó un día que al atravesar el Estrecho encontraría lo que su tierra le negó. Sus ojos denotan resignación, el color de su piel es testigo rudo de largos días al sol, no recuerda cuando se dio la última ducha caliente. Con atuendo ajado deambula con la música a todo volumen. La desesperación ha hecho que la bebida le esté pasando factura. Ya ni recuerda la ilusión con la que marchó. Se resigna a que esta es su meta. Ibrahima siempre merodea en los alrededores de algún templo, se sabe de memoria el horario de las misas, y con mucha educación ayuda a las personas que acuden al recinto sagrado. No es creyente, pero mantiene limpia la antesala del reino de Dios. A Mariana su forma de vestir la delata. Falda hasta los tobillos, conjuntando la falda de rayas con blusa de flores y calcetines con sandalias. Siempre lleva el pelo recogido. Vino hacia el oeste huyendo de la pobreza, por lo menos no está sola, tiene el apoyo de algunos paisanos, bueno sólo a veces. Cada calle tiene su historia, nuestra Avenida tiene muchas más.