Mendoza critica la «dejadez institucional» y el «expolio y asalto injustificado» a los creadores
El escritor se pregunta «por qué la cultura ha de ser gratuita» y no se predica lo mismo del «jamón o la merluza»
SANTANDER.Actualizado:Eduardo Mendoza pensaba que iba a entablar «un diálogo íntimo con siete u ocho alumnos», pero su curso en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) ha desbordado todas las expectativas. La actividad se ha trasladado al Paraninfo para dar cabida a los más de doscientos alumnos entregados y deseosos de que el autor de 'La verdad sobre el caso Savolta' les explique 'Los libros que hay que leer', el título del curso que imparte. Con muchas preguntas, algunas respuestas, y escasas certezas ha forjado su material lectivo y reflexivo Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943). Una «selección de libros, un surtido» que va de Voltaire a Goethe, de Kafka a Primo Levi, que aguarda en la maleta lectora del narrador.
El universo literario que construye Mendoza es un «recorrido diverso», con viajes de ida y vuelta, que le permite jugar con mitos y transgresiones, mientras reserva para el final un lugar para «los olvidados que, en muchos casos, son más importantes que los que yo he seleccionado». A su entender, «tanto monta 'El Quijote' como una novela de Agatha Christie si todo forma parte de una dieta equilibrada, tras esta selección un poco inusual».
El escritor, en un encuentro previo con los periodistas, se preguntó «por qué la cultura ha de ser gratuita. No sé porque esto no se aplica al jamón y a la merluza; el hecho es que esto se predica para el trabajo de unas personas y no de otras».
Tópicos
Mendoza reclamó que «las instituciones se dediquen a proteger la creación y no tanto a fomentar la lectura». El narrador dijo que practicar la lectura es una decisión individual, «no hay que favorecerla tanto; si el ciudadano no quiere leer y ser un burro toda su vida es su derecho». Ante sus alumnos también ironizó sobre los tópicos con relación al sistema educativo y la lectura. «Aunque como me ha sucedido otras veces y haya profesores que me darán puñetazos, tengo que volver a decir que a los alumnos no hay que instigarles a leer, sino obligarles a palos», dijo despertando las carcajadas de su audiencia.
Y luego ante los alumnos, insistente, no tardó en hacer referencia a la «dejadez institucional» a la hora del fomento de la creación, «ante los asaltos injustificados al arte; se debería impedir cualquier forma de expolio». En referencia a los contrastes y convivencias entre distintas formas de soportes y lecturas, entre el libro físico y los digitales, Mendoza apuntó que «una cosa no va acabar con la otra y ambos formatos no tienen que ser enemigos». Los ciudadanos, en su opinión, deberían «utilizar todos los medios a su alcance de acuerdo con las circunstancias y los gustos personales». En su caso, confesó, «siempre llevo un e-book con una gran colección de libros porque viajo mucho, soy de naturaleza trashumante, y este formato me permite estar en todo momento en contacto con la literatura».
Otra cosa, dijo, «son sus consecuencias en la industria», ya que el libro en papel se grava con el IVA reducido (4%) y los electrónicos con el máximo (21%).
El autor de 'Una comedia ligera' volvía al lugar del crimen. Hace más de quince años provocaba desde las aulas del palacio de la Magdalena un encendido y polémico debate al asegurar que un determinado tipo novela había fenecido. Ayer se ratificaba: «Hay un agotamiento del modelo de novela y el tiempo me ha dado la razón. Dije que ese modelo había terminado su ciclo y que seguiría por inercia durante mucho tiempo».
Mendoza cita a menudo a Goethe, «un hombre claro y clave pero un poco tonto» del que le atrae, además, ese juego literario de anécdotas y referencias al «mezclar la filosofía con los líos de faldas». De su «visión de conjunto» nace un trayecto lecturas que oscila entre la Biblia y Agatha Christie, «entre la trascendencia y la banalidad», entre Sófocles y Borges, entre Cornelio Tácito y Calderón. De la aventura de la imaginación a las voces de ultramar, caso de Juan Rulfo y Gabriel García Márquez.
La esencia de la identidad literaria supone «constituir un relato de lo que somos no como personas aisladas -que eso es muy pequeñito- sino como parte de una historia que desconocemos, de una sociedad en la que estamos a disgusto, o de un país que no entendemos».