La ciudad y la memoria
Actualizado:Supongo que cuando Italo Calvino describe la imaginaria Maurilia en ‘Las Ciudades Invisibles’ (1972) debía pensar en Cádiz. «En Maurilia se invita al viajero a visitar la ciudad y al mismo tiempo a observar viejas tarjetas postales que la representan como era antes». La ciudad que aún hoy podemos visitar aquí conserva en buena parte su encanto decimonónico, producto de una remodelación que tiene lugar a mediados del siglo, cuando concluye una secuencia de importantes conflictos bélicos, como: la Batalla de Trafalgar (1809), el Sitio de Cádiz (1810-1812) y la Batalla del Trocadero (1823). Superados estos acontecimientos y al hilo, tanto de la prosperidad inducida por la repatriación de capitales procedentes de colonias que se independizan, como de políticas liberales, en especial la Ley de Desamortización, la demolición de enormes conventos y el paulatino levantamiento de la presión militar van a permitir que la ciudad se dote de hermosos jardines y espaciosas plazas, aupándose hacía la mar sobre la muralla que antaño encerraba su encanto cautivo. Sosegada belleza que aún se conserva y se asemeja más que ningún otro lugar a las postales de finales del XIX. Raimundo Gramontell, uno de los libreros de viejo más conocidos en el mundo, ofrece una excelente colección de postales del cambio de centuria en su establecimiento de la apacible plaza de San Francisco, sorprendentemente parecida a la parisina Place de la Contrescarpe en el Barrio Latino. Recuerdo una vista de la prestigiosa editora Photocrome Zurich, muy valorada por coleccionistas, en la cual aparecen los muelles de Cádiz a finales del XIX, una de las áreas del perímetro amurallado más transformadas. Es la imagen que refleja el poema de Alberti ‘Cuba dentro de un piano’ que, escrito en 1935, nos habla de finales del XIX, cuando se pierde la perla azul del mar de las Antillas: «Cádiz se adormecía entre fandangos y habaneras/ y un lorito al piano quería hacer de tenor./ Cuba se había perdido y ahora era de verdad./ Un cañonero huido llegó cantándolo en Guajira». Corresponde, a mi juicio, con uno de los mejores periodos del poeta. Manuel de Falla escribe para él una partitura con música de habanera cuando ambos artistas coinciden en su exilio porteño. Creo que se ha interpretado en público una sola vez.
En diciembre de 2007, armamos en La Habana un encuentro hispano cubano de arquitectura y urbanismo, en el que participaron varios profesionales gaditanos y sobre el cual el profesor Ramón Cirici publicó pundonorosa crónica. Entonces comenté a Alquimia Peña, directora de la Fundación de Nuevo Cine Latinoamericano que preside Gabo García Márquez, interpretar de nuevo la habanera de Alberti y Falla como parte de un concierto de cierre del evento, pero finalmente Liuba María Hevia se hizo cargo de la clausura ofreciendo su fascinante voz de ninfa caribeña a otra bella habanera, la de Carlos Cano y en la cual se cantan los parecidos entre Cádiz y la capital del «largo lagarto verde» en palabras de Nicolás Guillén, semejanzas sobre todo debidas a los ingenieros que construyeron fortalezas y murallas en ambas ciudades durante el siglo XVII. «La Habana ya se perdió./ Tuvo la culpa el dinero».