La madre y la niña se cruzan en Moscú
Natalia Rodríguez se queda fuera de una final de 1500 en la que sí estará Mary Cain
Actualizado: GuardarNatalia Rodríguez se cayó de golpe del podio del último Mundial (bronce en Daegu). La fantástica atleta tarraconense, emblema del atletismo español, se quedó sin fuerzas en su camino hacia una nueva final de los 1.500 metros. Pero cuando intentó remontar, no pudo: «En la recta, mis piernas no iban. He intentado cambiar pero no he podido». El problema es que su eliminación se produjo en la segunda semifinal, justo después de la exhibición, su definitiva presentación en sociedad, de Mary Cain, una niña de 17 años, justo la mitad que Natalia Rodríguez, 34, una atleta que, aunque le sobra calidad para seguir en la brecha, ya es madre.
En Estados Unidos todos están pendientes de ella. Nunca antes había competido en un Mundial de atletismo una chica tan joven. 'Baby' Cain ha ido batiendo récords a lo largo de la temporada y ya figura, aunque tutelada en la distancia, en el Proyecto Nike Oregón de Alberto Salazar, el entrenador de Mo Farah y Galen Rupp, entre otros.
Su historia, además, entusiasma al público estadounidense, que ya se enamoró hace décadas de otra mediofondista, Mary Decker. Cain, una atleta incipiente, estaba siguiendo los Juegos Olímpicos en la televisión con su madre y después de ver los triunfos, en 5.000 y 10.000, de Farah, pensó lo bueno que sería entrenar con Salazar. Las dos fantasearon, medio en broma, medio en serio, con averiguar su dirección y enviarle un correo electrónico.
Un buen día sonó el teléfono en casa de los Cain. La madre descolgó y escuchó la voz de alguien que decía ser Salazar. El reputado técnico de Oregón, el entrenador de moda, había visto un vídeo de la jovencita y, aunque de cintura para arriba era un desastre, sus piernas le maravillaron.
Salazar no quería robarle la atleta a un compañero. Hasta que se enteró que no tenía entrenador. Ahora ya es su niña mimada mientras se la rifan en las universidades de todo Estados Unidos. Aún le queda mucho por progresar, pero maravilla su descaro y su talento. Acaba de convertirse en la finalista más joven del 1.500 en un Mundial. Y ahora solo falta por ver si su insultante juventud le permite recuperar del esfuerzo excesivo que hizo corriendo por la calle 2 durante toda la carrera.
Pascual, finalista en marcha
A Beatriz Pascual le falta una medalla para coronar una carrera excelente. La marchadora catalana, entrenada por el histórico Josep Marín, un hombre que ya compitió en Moscú, en los Juegos de 1980 (20 y 50 kilómetros), es un ejemplo de regularidad dentro del atletismo español. Porque casi siempre sale de las grandes finales universales con un puesto de finalista. Ahí está su currículo, nada desdeñable con dos diplomas olímpicos y dos Mundiales entre los ocho primeros (solo bajó del octavo en Osaka, donde fue decimotercera, y la novena posición de Daegu).
Su último éxito ha llegado en Moscú, adonde llegaba poco convencida después de una larga concentración en el Pirineo francés, en Font Romeu, refugio estival de fondistas, limitada por unas molestias en los isquiotibiales. Pero Pascual, 31 años, dos carreras universitarias, es todo carácter, y en la segunda mitad de la prueba realizó una gran remontada que le llevó del decimocuarto puesto en el ecuador al duodécimo en el 15 y a la sexta plaza en la meta (1:29.00), donde se había impuesto la rusa Elena Lashmanova (1:27.08) a pesar de frenarse dos veces cuando ya había llegado a la pista porque no sabía si debía continuar.
No fue la única incidencia dentro del estadio. La tercera rusa -Kidyapkina se llevó la medalla de plata-, Sokolova, fue descalificada al recibir el tercer aviso. Por detrás de Pascual cumplieron las otras dos españolas, las debutantes: July Takacs (9ª) y Lorena Luaces (18ª).
Más discretos estuvieron los discóbolos. Los dos lanzaron menos que en la clasificación, que fue por la mañana, y ninguno de los dos logró pasar a la mejora. Frank Casañas terminó noveno (62,89) y Mario Pestano, otra vez bloqueado en una final, y ya lleva seis, acabó último con 61,88. Lo peor es que fue la medalla de bronce más asequible de la historia, en 65,19. El mejor resultado del canario fue el octavo puesto que consiguió en París, en 2003. Tras la final, se excusó: «Tengo un problema de espalda que no parece muy grave, pero que me molesta en competición. No he podido tirar más».
Aunque mucho más decepcionante fue la actuación en las series de 5.000. Ni Sergio Sánchez (decimocuarto con 13:52.05) ni Alemayehu Bezabeh (noveno con 13:34.68) estuvieron a la altura de lo que acreditan sus marcas. El leonés, un hombre que se sacó el título de piloto para perder el miedo a volar, fue muy gráfico tras su eliminación: «Hoy me habría dado una hostia con la avioneta, No he dormido nada. Con la tontería de las dos horas de diferencia, hoy la rematé. Me levanté como un sonámbulo. He intentado activarme con vitamina C, me he tomado dos cafés a tope, pero nada. Iba con muchas ganas, pero a falta de tres vueltas me empecé a inflar, a inflar, y se acabó el Mundial».
La única que respondió a las expectativas por la tarde fue la mostoleña Diana Martín, una de las atletas más fiables, que logró su plusmarca en los Juegos de Londres y su segunda mejor marca en la final del Mundial, donde fue undécima (9:38.30).