![](/cadiz/noticias/201308/12/Media/torosportiok--300x180.jpeg?uuid=b73c4516-0319-11e3-8f6f-9b4c5e53641f)
Puerta grande para Castella que corta una oreja en cada toro
A Pérez Mota se le esfuma el triunfo por la espada y Ponce no encuentra enemigo en una noble corrida de Zalduendo
EL PUERTO. Actualizado: GuardarRepitió con codicia y prontitud el toro que abría plaza a los sucesivos cites que Enrique Ponce trazaba con su capa a la verónica. Pero tras recibir el consabido monopuyazo, el animal se resintió en su tracción y evidenció ya una alarmante falta de fortaleza. Con unos pases por bajo inició Ponce la faena de muleta, que sirvieron como preámbulo a un continuado esbozo del toreo en redondo, pues el toro no culminaba en su plenitud la trayectoria marcada por la pañosa. Aún así, demostraría el valenciano la peculiar capacidad que posee para ligar series de muletazos a este tipo de enemigo, de media casta y escueto viaje. Y así volvió a ocurrir en este primer toro, al que dibujó su particular trasteo a base de derechazos, sólo interrumpidos por un breve y testimonial asomo de toreo al natural.
El inusual castigo de dos varas en regla recibió el cuarto de la tarde, con los que su matador pretendía rebajar en parte la brusquedad mostrada por el animal durante ese primer tercio. Ahormado, pues, a modo, encontró de nuevo Ponce material propicio para escribir una página más de su particular alquimia lidiadora, hasta el punto de obligar a su áspero oponente a embestir y a alargarle el viaje de manera progresiva. Pero muy poco fondo de casta poseía el burel, por lo que el prolongado trasteo no alcanzaría el lucimiento deseado.
Meció con donaire la verónica Sebastián Castella para encauzar la corta embestida del segundo de la suelta, que ya manifestó en estos primeros lances una palpable falta de celo y una flagrante ausencia de fuerzas y poder. Solventado el trámite del tercio de varas, dibujó Castella un ceñido quite por chicuelinas, abrochadas con airosa revolera. Se vivió después un brillante tercio de banderillas. Protagonizado por Javier Ambel y Vicente Herrera, que hubieron de desmonterarse. Estatuarios de espeluznante ceñimiento, sin enmendar terrenos, constituyeron emotivo prólogo de una faena en la que el diestro encadenó continuadas tandas de derechazos, con las que conducía con temple y dominio la viva embestida del burel. A medida que éste perdía pujanza en la acometida, los cites se iban acortando progresivamente, hasta concluir en el consabido encimismo con el torero incrustado entre los pitones. Circulares, circulares invertidos, manoletinas y desplantes configuraron el arrebatado epílogo de su labor.
El quinto de la suelta no permitió estirarse de capa al francés, pues carecía de recorrido y de una mínima codicia en sus acometidas. Con el impactante escalofrío de los pases cambiados por la espalda en el centro del ruedo, inició Castella una faena de esforzado proceder, en la que embebió por completo a la res en la persecución del vuelo de su franela. Tandas de naturales y derechazos se sucedían ante una acometida de su oponente que cada vez se verificaba más sosa y carente de contenido. No se llegaron a vivir episodios de verdadera enjundia a lo largo del largo trasteo, pero ello no constituyó óbice para que, tras un pinchazo y una estocada, la concurrencia solicitara la oreja.
Capote en mano
Hasta los medios de la plaza anduvo Pérez Mota, capote en mano, para perseguir la huidiza y suave embestida de su primer enemigo, al que acabaría estampando relajadas verónicas y despaciosa media. Cosumado el simulacro de varas, quitó el de El Bosque por nuevas verónicas, en las que ya se advirtió la bonancible condición de la res, así como su absoluta falta de transmisión y de poder. Cualidades que fueron aprovechadas por el espada para conducir por ambos pitones tan boyante y humillada embestida con la extrema suavidad que éste requería. Pero el goteo en las acometidas se tornó cada vez más espaciado, por lo que el trasteo, aunque a veces jalonado de bellos pasajes, le faltó algo de redondez y ligazón. Un pinchazo, una medis y dos descabellos pusieron broche a su labor.
Temple y cadencia poseyeron las verónicas con que Pérez Mota recibió al que cerraba plaza, animal noble y con fijeza pero carente de profundidad en sus anodinas acometidas. Muleta en mano, el trasteo consistió en un intento continuado por alargar las embestidas y poder ligarlas en series que resultaron más numerosas y lucidas en el cite al natural. Algunas tandas por este pitón izquierdo poseyeron empaque, buen gusto y torería, con naturales mecidos y pases de pecho y por bajo con mucho sabor. Se adornó al final con afanosas manoletinas y el trofeo que ya tenía en la mano vio como se le esfumaba al errar de manera reiterada en la suerte suprema.