Británicos vecinos
Actualizado:Escribir sobre Gibraltar siempre es divertido, como lo es escuchar a tu vecino decir eso de «‘Nosotroh somoh bretánicoh’» con el mismo acento con el que a uno le ponen unos peces voladores en un bar de la comarca. Como estas líneas están destinadas a la opinión, yo me voy a mojar, como lo hacen en las playas de la zona, sin importar sus patrias, los que padecen el calor que calienta a todos por igual.
El por qué Gibraltar es británico es una corta historia. Una batalla en favor de un rey, una ocupación, no sale el monarca que nosotros queríamos y, bueno, ya que estamos aquí, pues nos quedamos en nombre de Su Graciosa Majestad. Y cañonazo, cañonazo, cañonazo... pero no se consigue recuperar la plaza, cedida a Gran Bretaña en el Tratado de Utrech. Gran parte de la población se marcha a San Roque y los que se quedan ven cómo les cambian las banderas y les traen nuevos vecinos, algunos de ellos, monos.
La cuestión es que, llegados a este marrullero siglo XXI, trescientos años después de que ese territorio pasara a manos de Albión, los gibraltareños afirman que nunca han sido spanish y que nunca lo serán. Y en el otro lado de la Verja se sigue gritando que de eso nada, que Gibraltar español, hostia. Y como en la historia de Astérix y su amigo con problemas de sobrepeso (y seguramente de hipertensión, lo que no es para bromear), un pequeño territorio se convierte en el centro de todas las miradas, de los juegos de política y de los trucos de fullería de estadistas con problemas.
Las patrias tienen la ventaja de que se ponen donde se quiere y significan lo que a uno le dé la gana. En cuestión de sentimientos no hay discusión posible. Si mi vecino dice que su casa es la mejor y que la comunidad no le representa, pues bueno, qué le voy a hacer. Eso sí, querido vecino, no me ponga usted a Extremoduro a todo volumen a las tres de la mañana, por ahí no paso.