Aquellas buenas costumbres
Actualizado:No recuerdo la última vez que me senté un rato con la familia o con un grupo de buenos amigos sin que ninguno sacara el teléfono móvil. La obsesión compulsiva por dejar constancia en la memoria en nuestros dispositivos electrónicos de cualquier pequeño momento ha dejado a un lado la posibilidad de disfrutarlo en toda su esencia. Una foto por aquí, un vídeo por allá, que si lo subo a 'twitter' y lo comento en el 'facebook'... una temida espiral que sólo cesa cuando se agota la batería del teléfono móvil. Pongamos un ejemplo (estoy seguro de que cualquiera que lea estas líneas habrá presenciado algo parecido). Cuatro o cinco amigos se reúnen para cenar en una noche agradable de verano. La primera foto es la del encuentro, seguida de la primera copa con la que brindan. Más tarde otra foto del primer plato que pasan por 'whatsapp'. Lo que debería ser una conversación fluida se interrumpe con los comentarios en la Red. La cosa se complica si en otro punto de la geografía española (o en el bar de al lado) hay otro grupo de amigos que están relacionados con algún componente del primero. Ahí empieza la competición por quien está comiendo en el mejor sitio, cuál es el mejor menú y hasta quien rebaña mejor el plato. En lugar de pasar un buen rato, charlando sobre lo divino y lo humano se echa mano hasta de la wikipedia si se da el caso. Al final de la velada, cuando llegas a casa, solo te quedan unas fotos y unos comentarios en el móvil que volverás a reenviar una vez más. La conversación y las sensaciones apenas se recuerdan. Creo que la sociedad padece una obsesión compulsiva por la tecnología y puede que llegue hasta a olvidarse de cómo relacionarse en el cara a cara. No sé cuánto tiempo durará esta moda ni porqué nuevo artefacto será sustituido, pero me temo que pronto llegaremos a perder la capacidad de relacionarnos sin dispositivos electrónicos. Sólo entonces echaremos de menos aquéllas buenas costumbres de sentarnos y conversar.