Rajoy admite que se equivocó con Bárcenas pero no ve razón para dimitir
Asegura ante el Congreso no tener «constancia» de que el PP se haya financiado de forma ilegal
Actualizado:«En este momento lo único que cabe es que me pregunten si lo que dice el señor Bárcenas es cierto. Yo digo que no lo es, y aquí se acaban todas las posibilidades que nos ofrece el caso. El resto es misión del juez, que bien se merece que se respete su tarea». Es un párrafo del esperado discurso de Mariano Rajoy sobre las implicaciones del escándalo de corrupción que afecta a su partido, pero no uno cualquiera. Condensa la esencia de su intervención. Tras semanas de resistencia a un debate que, según dijo, consideraba estéril y dañino para los intereses de España, el presidente del Gobierno se presentó ayer ante el pleno del Congreso como la víctima ingenua y bienintencionada de un «falso inocente». Alegó que ni puede ni tiene por qué demostrar que las acusaciones vertidas por el extesorero de su partido son falsas. Y, sobre todo, dejó claro que no dimitirá.
«Me equivoqué. Me equivoqué al mantener la confianza en alguien que ahora sabemos que no la merecía», se excusó. «Creí en la inocencia de esa persona como creería en la de cualquiera de ustedes que se encontrara en un trance semejante, mientras los hechos no desvirtuaran esa presunción de inocencia». Esa es la explicación que ofreció a su comportamiento desde que en 2009 Bárcenas fue imputado, en un primer momento, por el Tribunal Supremo; a afirmaciones como la de que nadie podría demostrar que aquel hombre «de confianza» del PP no era inocente; al hecho de que el partido costeara su defensa hasta diciembre del pasado año o a que se le siguiera pagando, hasta el 28 de enero, un suculento sueldo de 21.300 euros al mes, de manera secreta, tras haber dejado oficialmente el partido.
¿Y cuándo cambió Rajoy de opinión sobre el que fuera gerente del PP durante 20 años? Según su relato, cuando a mediados del pasado enero se conoció el resultado de la comisión rogatoria que el juez Ruz había solicitado a Suiza y que certificaba que el extesorero había llegado a tener en el Dresdner Bank 22 millones de euros (cifra que posteriormente alcanzaría los 48,2 millones de euros). «Esto, además de revelar una manifiesta deslealtad con el partido que le había encomendado sus cuentas, confiado en él y defendido su inocencia -adujo- constituía un hecho ilegal que no admitía dudas».
«Sé fuerte»
Lo que no aclaró el jefe del Ejecutivo, a pesar de que fue cuestionado por buena parte de la oposición al respecto, es por qué si creía todo eso contestó al SMS que, nada más trascender la existencia de esas cuentas opacas, le envió Bárcenas pidiéndole una intervención de apoyo de la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal. La también presidente de Castilla-La Mancha no solo no salió a su rescate sino que afirmó que se trataba de un «tema particular» que también a ella le producía «indignación». Sin embargo, la respuesta por móvil de Rajoy fue menos drástica. «Luis. Lo entiendo. Sé fuerte. Mañana te llamaré. Un abrazo», le dijo.
Esas pocas frases bastaron para que el líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, lanzara un golpe directo. «Son las conversaciones de un socio con otro socio que le puede hacer daño», advirtió. En la misma línea apuntaron el resto de portavoces. Uno tras otro, con las únicas excepciones del de CiU, Josep Antoni Duran Lleida, y UPN, Carlos Salvador, y con distinto grado de contundencia, exigieron al presidente que dimita. Pero él fue claro. «No. La pobreza de sus argumentos y la fuerza de mis razones hace que ni siquiera me plantee esa posibilidad», adujo.
No cabe duda de que Rajoy insufló ayer ánimo a los suyos, aunque algunos teman que la alegría pueda durar poco. Dijo lo que muchos llevaban tiempo deseando escucharle; lo que no quiso abordar en el Debate sobre el estado de la Nación, en febrero, después de que se hubiera producido ya esa supuesta quiebra de confianza a la que apeló ayer. Llamó a Bárcenas por su nombre y le trató como a un chantajista que lanza «insidias» y «marrullerías» en una «estrategia de defensa» que, no obstante, no condenó.
No se achantó tampoco frente a una oposición que ya había dejado claro de antemano que, a estas alturas, tras meses de evasivas, apenas le concedía credibilidad alguna. «No me voy a declarar culpable porque no lo soy, porque no tengo constancia de que mi partido se haya financiado ilegalmente -adujo-. Porque, aunque no soy un compendio de virtudes, soy una persona recta y honrada».
Finalmente, y en contra de lo que él mismo había dado a entender, evitó hablar en profundidad sobre la situación económica o crear una cortina de humo con medidas fiscales. Pero sí buscó el efectismo. Trufó su discurso de citas del propio Alfredo Pérez Rubalcaba en la pasada legislatura para argumentar que no es a él a quien corresponde demostrar que lo dicho por el extesorero es mentira, que «son falsas sus medias verdades y las interpretaciones de la media docena de verdades que emplea como cobertura de sus falsedades». «Si se invierte la carga de la prueba -dijo empleando, no una sino varias veces, una frase de su oponente- hay que demostrar la inocencia como en los peores tiempos del fascismo y del estalinismo».
«No me pidan, pues, explicaciones de hechos que no se han producido -concluyó-. Ni que dé explicaciones de la maraña que algunos están creando interesadamente».