Abrazados en el dolor
Los Príncipes de Asturias y el presidente del Gobierno consolaron uno a uno a los allegados de los fallecidos Autoridades, familiares y ciudadanos dan en Santiago un sentido adiós a las víctimas del Alvia
Actualizado: GuardarLa primera ofrenda apareció el jueves por la tarde, junto a la verja de la escalinata de la Catedral de Santiago. Había una flor solitaria, una vela y un papel en el que se leía este mensaje: «Vuestro viaje no termina ahí». Después, cientos de peregrinos se acercaron a depositar notas, pañuelos, sombreros, velas, conchas y hasta los cayados que les habían acompañado en su marcha hacia la tumba del Apóstol, como si pudieran servirles de apoyo en un nuevo viaje. Una mujer incluso les había 'regalado' su Compostela, el documento que acredita la peregrinación.
A todo el que se le preguntaba dedicaba su marcha a los que fallecieron el miércoles en la curva de A Grandeira, en el Barrio de Angrois, a escasos cuatro kilómetros del Pórtico de la Gloria. Este bellísimo y terrible jardín de cariño y de pequeños gestos recibió ayer a los miembros de la Familia Real, al Gobierno y altos cargos que acudieron a acompañar a las familias de las 79 víctimas de la tragedia de Santiago y pedir por sus almas.
Acudieron decenas de personas, entre las que se encontraban los familiares y también los que ayudaron después del choque. Además de los vecinos de Angrois, bomberos, psicólogos, policías y guardias civiles llegaron vestidos con sus uniformes. Junto a las familias que se habían podido acercar a Santiago (muchas de ellas han enterrado a los suyos en sus ciudades de origen) llenaban los bancos centrales, aunque la parte delantera de la nave de la Catedral estaba presidida por los Príncipes de Asturias, la infanta Elena, duquesa de Lugo, el presidente del Gobierno y su esposa, el presidente de la Xunta de Galicia y los de otras comunidades autónomas, además de representantes de partidos como el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, el fiscal general del Estado, Eduardo Torres Dulce, alcaldes y demás cargos del Senado y el Congreso de los Diputados.
La Catedral que el jueves tendría que haber celebrado la festividad del Apóstol y haber sido perfumada por el vuelo del Botafumeiro se llenó en el más absoluto silencio y fue el centro del dolor en una ciudad tocada por la tragedia.
«Todo tiene un sentido»
Presidió la ceremonia el Arzobispo de Santiago, Julián Barrio, que admitió que hubiera preferido «acompañar en silencio las oraciones» de los familiares. Barrio, que recordó a las víctimas del accidente de autobús sucedido en Italia, reiteró que todos estaban allí para «pedir por una eternidad feliz para los muertos y una vida esperanzada a los que quedan». Los familiares escucharon una homilía en la que Barrio proclamó que «en la vida y en la muerte» somos «del Señor». «El dolor de la muerte os abruma a vosotros y me abruma a mí», dijo, y reiteró que «la muerte también es parte de la verdad». Recordó a los que han perdido «tantos proyectos que llenaban su quehacer personal, familiar y laboral» y quiso recalcar que «todo tiene un sentido en la vida», incluido el Alvia 151 descarrilado. «No somos un grito en el vacío; toda tristeza es sagrada», señaló, y pidió al Apóstol Santiago que permitiera la esperanza. Terminó la ceremonia con el rezo de un responso por las 79 víctimas.
Cariño y lágrimas
La emoción contenida durante la celebración se quebró cuando los Príncipes, la infanta Elena, y el presidente del Gobierno y su mujer saludaron uno a uno a todos los miembros de las familias con palabras cariñosas y sentidos abrazos. Todos recibieron un «lo siento mucho» y una caricia de cada miembro de la comitiva. En varias ocasiones, los Príncipes y la infanta se pararon con algunos de ellos, en especial dos adolescentes y un hombre mayor que rompió a llorar y a explicar su desgracia. La Princesa, claramente desolada, fue la más discreta de todos. El desfile entre los bancos, durante el cual tuvieron que enjugarse las lágrimas, duró más de quince minutos. Fuera, en las plazas del Obradoiro y La Quintana, donde todavía esperan los escenarios de las fiestas que nunca tuvieron lugar, aguardaban cientos de personas que siguieron la ceremonia en dos pantallas gigantes. Entre ellos había vecinos, testigos y peregrinos que en ese momento terminaban su camino. A su salida devolvieron el cariño de los Príncipes con una fuerte ovación rota por algunos silbidos. Por megafonía, los sacerdotes advirtieron de que el que quisiera podría pasar a comulgar dentro de la Catedral.