Miedo a la oscuridad
Actualizado:No se puede escribir sobre lo que no se conoce. Los dedos no responden si el corazón no bombea las palabras. Mi mente está en Galicia, en San Fernando, con todas esas familias que han perdido a un ser querido por culpa de una curva y un cuentakilómetros. Pero no puedo escribir sobre ellos, sobre cómo deben sentirse, sobre cómo pueden salir de esa oscuridad que desde hace unos días envuelve su vida, porque yo sigo aquí, los míos siguen aquí. No puedo escribir sobre su dolor, pero sí sobre mi miedo. Porque cuando vas cumpliendo años el miedo te va robando espacio. Te da miedo ver cómo tus padres envejecen. Te da miedo seguir adelante cuando los pierdes. Te da miedo enfrentarte a un jefe que te puede quitar la silla en cualquier momento. Te da miedo enfrentarte a la señora que te pregunta en el SAE por los sectores en los que quieres solicitar un empleo. Te da miedo recuperar la silla y no acordarte como te enfrentabas cada mañana a aquel jefe que te la quitó. Y de repente llega un día en que te das cuenta de que eso no era miedo, y descubres el de verdad. Llega el momento en que entiendes que sólo te enfrentabas a tu inseguridad y que el miedo es otra cosa. El miedo llega con una persona de casi dos años, que tiene el pelo rubio, cara de pillo y una agilidad impropia. Tiene una sonrisa que le llena la cara y su comida favorita son las salchichas. Ese es el miedo, lo de antes no era nada. Y no es que él cause miedo, todo lo contrario. El miedo es la oscuridad que ya te atenaza sólo con pensar que algún día se monte en un tren, que lo veas salir de casa con una maleta y te quedes esperando a que vuelva, que le llames por teléfono y no te conteste. Ese es mi miedo, el miedo a la oscuridad. Y si algún día lo conozco y la oscuridad se vuelve traslúcida no quiero que nadie escriba sobre él. Nadie puede comprender el miedo de otro, nadie puede medir la intensidad de los sentimientos del otro. Lo de la empatía es una mentira de los psicólogos. Puedes intentar imaginar cómo se está en la piel del otro, pero nunca ponerte en ella. No quiero que nadie fotografíe mi miedo, ni mi oscuridad. Entiendo el dolor, pero no puedo sentirlo. Y justo por eso lamento tener que escribir a veces de cosas que no conozco, porque los dedos escriben con agilidad cuando lo manda el cerebro, pero no usan las palabras con la destreza con que las bombea el corazón.