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El viejo maquinista

Javier Rodríguez
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La cara ensangrentada de Francisco José, el maquinista del tren Alvia que ha dejado 80 muertos a tres kilómetros de Santiago, es el reflejo de una conciencia destrozada por un fatal accidente. No podemos juzgarlo, ni condenarlo por un error mortal. La tragedia forma parte del error humano, aunque cueste digerir que un fallo puede cambiar el destino de cientos de vidas humanas. Es así. Será la Justicia, con el resultado de la investigación técnica, la que se encargue a partir de ahora de aclarar hasta dónde llega la responsabilidad de Francisco José en el descarrilamiento de un tren que había pasado todas las inspecciones y será también una labor de la Justicia arrojar luz sobre esa sombra de duda que ha saltado sobre la efectividad del dispositivo de seguridad de las vías. Francisco José, como tantos conductores del transporte público afectados por un accidente mortal, hubiera deseado haber perdido la vida en el interior de la cabina y no cargar con esta condena. Recuerdo ahora la imagen aterrorizada y temblorosa de un viejo maquinista murciano. Su hijo conducía el 3 de junio de 2003 el Talgo ‘Virgen de Begoña’ que chocó frontalmente en Chinchilla contra un mercancías. El accidente fue una de las mayores tragedias de la historia ferroviara de este país, con 19 muertos y medio centenar de heridos. Todos muy conocidos. Por razones profesionales cubrí aquel siniestro y las imágenes de aquella tragedia eran idénticas a las que se repiten ahora con el descarrilamiento del Alvia en Santiago. Sin embargo, me quedo con la frase del viejo maquinista cuando supo que su hijo era una de las víctimas del accidente. No se cansó de repetir: «Él no ha matado a nadie.... a nadie». El viejo maquinista sabía que su hijo sería acusado sin poderse defender. No se equivocó. Las primeras hipótesis que se barajaron con los cadáveres aún calientes apuntaron hacia un fallo humano del maquinista muerto, que no vio la luz roja. Meses más tarde, la investigación demostró justo lo contrario y aclaró que el accidente fue un fallo humano, pero no del conductor del Talgo. Conforme avanzaba la investigación, el error se hacía más evidente en la estación de Chinchilla, concretamente, en la actuación de su factor. La línea Madrid-Cartagena no estaba desdoblada y era obligatorio fijar paradas en algunas estaciones del recorrido para permitir el paso de otros trenes. Sin embargo, aquel fatídico 3 de junio de 2003, la dirección de Chinchilla autorizó la bifurcación de las agujas hacia Alicante y Murcia. El factor abrió paso, como todos los días, sin reparar en esa ocasión que un tren de mercancías circulaba en sentido contrario. El Talgo ‘Virgen de Begoña’ emprendió su marcha hacia Murcia y a escasos kilómetros el impacto provocó un ruido y una llamarada que se apreció desde la misma estación. El factor hubiera preferido en ese momento estar dentro del tren siniestrado. La justicia lo declaró culpable y lo sentenció a 2 años y 181 días de prisión. Un fallo humano como el de ese conductor de autobús que se quedó dormido pasando Ávila y dejó nueve muertos en la carretera.