Cathy Inoa. :: O. CHAMORRO
ESPAÑA

Duelo en 'stand by'

Los psicólogos creen que la falta de ratificación del fallecimiento puede retrasar todo el proceso de curación tras una pérdida La familia de la dominicana Rosalina Inoa no supo hasta anoche que era una de las viajeras que murió en el tren

SANTIAGO. Actualizado: Guardar
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Cathy perdió la esperanza de encontrar a su tía a eso de las tres de la tarde de ayer. No saben muy bien qué ocurrió, pero sus familiares comenzaron a mirarse y a saber de alguna manera que Rosalina Inoa, de 41 años, estaba entre los restos de los cadáveres sin identificar del accidente de Santiago. Se lo dijeron con los ojos, mientras esperaban sentados en los bancos del edificio Cersia de San Lázaro, en Santiago, que a esas horas era un cementerio de barcos humanos regado de familias partidas en dos por la duda. Ninguno de ellos osaba ya admitir que, quizás, su tía estuviera a salvo o en alguna parte que no fueran los restos de cinco cuerpos recogidos en las vías que varios equipos de medicina legal se afanan por recomponer.

La historia de su familia es un mal chiste. Samuel, Cathy y otra decena de familiares dominicanos viven en Santiago, a donde llegaron a ganarse la vida hace quince años. Hacia tiempo que no veían a su tía, pero no habían perdido el contacto. Ella era una alta funcionaria del Ministerio de Economía de República Dominicana y sabían que estaba en Madrid en una reunión de cooperación con el Gobierno de España. Lo que no sabían era que ella se había montado en el Alvia a Santiago para hacerles una visita sorpresa. Estaba ilusionada con verlos de nuevo. Nunca llegó.

«Nosotros no sabíamos nada de esto», dice Samuel, que no se explica cómo sigue en pie desde que recibió la llamada. Alguien de Madrid le preguntaba si Rosalina había llegado a casa. «Pero si nosotros no la esperábamos... La llamamos al teléfono y nunca más lo cogió». Ella iba en el vagón cinco, el que terminó en el campo de baile de Angrois, o eso creen, porque hasta que la policía coteje el ADN de la última brizna de cuerpo, ni las autoridades se la pueden entregar ni ellos pueden dejar de hablar de ella en presente. Son el centro de un extraño duelo en suspense, de muerte sin certificado y a la vez sin expectativas. «No tenerla nos produce incertidumbre. ya sabemos que no esta viva, pero no saber que está muerta... No podemos más», dice Samuel, que ya ha entregado una muestra de su ADN para las pruebas. Al parecer, podrían tardar todavía un día en dar con las identidades de los cuerpos (y los tres restos 'sueltos') que examinan los agentes.

El hecho de no tener una caja en la que enterrar es un palo en la rueda del proceso terrible que viven las familias. El psicólogo de Cruz Roja, Miguel Ángel Doallo lo llama «duelo en 'stand by'» y consiste en que la falta de confirmación del fallecimiento puede retrasar todo el proceso de curación después de una pérdida. «En estos momentos -por ayer viernes- es complicado que alguien mantenga las esperanzas de encontrar a su familiar vivo, pero hay cosas que son difíciles de asumir».

Algunos creen que realmente no se ha subido al tren, otros se los imaginan vagando por el mundo en 'shock' o escondidos en alguna parte. «En estos casos, el ser humano se agarra a un clavo ardiendo», explica el jefe de equipo que ha atendido a víctimas de otros sucesos, como el terremoto de Lorca.

'Ventilación emocional'

Hay gentes que han pasado tres días en la puerta del centro de atención a los familiares esperando un nombre y algunos no lo tienen. Doallo y los suyos, los psicólogos especializados en catástrofes, el equipo del Colegio de Psicólogos de Galicia, los policías, los sacerdotes y voluntarios que están allí (ahora en el tanatorio del Centro Multiusos, a unos centenares de metros) intentan que los daños para las familias sean menores. Hay tres listas: heridos, fallecidos y altas.

«Cuando les dices que la persona por la que preguntan ha fallecido, se derrumban», comenta Jorge Carballido, el encargado de semejante trago. Ese es el momento «más peligroso», según Doallo, porque pueden herirse. En posteriores etapas sufren igual, pero se ve menos.

Los cuidados son básicos: intentan que coman, que duerman y que se hidraten, que no es poca cosa. Después viene la atención psicológica. Doallo y los demás profesionales, divididos en turnos de no más de ocho horas (pueden 'quemarse' fácilmente) practican lo que llaman coloquialmente ventilación emocional. «Consiste en intentar que lloren, que hablen y que expresen sus emociones -explica Doallo-. Es un proceso muy doloroso, traumático y difícil de gestionar».