Francisco habla y gesticula en el encuentro con los argentinos en la catedral de Río. :: N. ALMEIDA / AFP
Sociedad

«Lo que yo quiero es lío»

Un Papa revolucionario se suelta hablando sin papeles y en castellano para llamar a los jóvenes a «salir a luchar por sus valores»

RÍO DE JANEIRO. Actualizado: Guardar
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El Papa la armó ayer en Río. Hizo un llamamiento casi subversivo, indignado, a salir a la calle y hacer ruido para cambiar las cosas, especialmente los jóvenes. «¡Lo que yo quiero es lío! (...) ¡La civilización mundial se pasó de rosca! ¡Es tal el culto al dinero que quieren excluir a los dos polos de los pueblos de la vida, los ancianos y los jóvenes, a una generación que no conoce la dignidad del trabajo! ¡Los jóvenes tienen que salir y hacerse valer, salir para luchar por sus valores! (...) ¡No se dejen excluir!». Son unas palabras que en Brasil en este momento, tras un mes de protestas contra la desigualdad, los derroches y la corrupción, y en el resto del mundo, con las movilizaciones de España, Grecia, Nueva York, El Cairo o Estambul, tienen una carga política incuestionable. De hecho, Bergoglio habló más como un político en un mitin, alzando la voz y airado en algunos momentos, en una empatía total con el auditorio.

Es la tercera vez, y la más vehemente, que ha abordado la cuestión en estos cuatro días en Brasil. Sucedió, como era de esperar, cuando por fin pudo improvisar y dar rienda suelta a lo que le pasa por la cabeza. Fue en un encuentro con 5.000 jóvenes argentinos, los que cabían en la catedral de Río, aunque había 20.000 fuera, añadido a última hora y sin discurso escrito. Ante sus compatriotas, hablando en su lengua, con acento porteño, Francisco se sintió a sus anchas. Se calentó enseguida y emprendió una labor de agitación que partía de la propia Iglesia, pero que luego sobrepasó sus fronteras: «Está bien el lío aquí en Río, pero cuando vuelvan quiero lío en las diócesis, que la Iglesia salga a la calle, que nos desprendamos de todo lo que sea mundanidad, comodidad, clericalismo...». Y bromeó: «Que me perdonen los obispos y los curas si luego se arma el lío». Desde luego, él ya la está liando en el Vaticano.

En su primer viaje Francisco no se ha saltado hasta ahora ni una coma de los discursos escritos. Es una costumbre establecida de los viajes papales: están ya redactados hace semanas, y no siempre por el Pontífice, hasta cuando el Papa dice que se emociona o describe algo que ha sentido el día antes. Los periodistas, por ejemplo, tienen los discursos desde primera hora. Raramente hay cambios. Tiene algo de artificial, justificado a menudo por el hecho de que son textos en otras lenguas. Bergoglio hasta ahora se ha atenido a la rutina. Ha leído sus textos en portugués poniendo buena voluntad, pero se ve que es un idioma que no domina, y el hecho de no poder improvisar le atenaza. Estos días le ha faltado marcar su estilo y a veces le han salido intervenciones sin pasión. Es más, ante los argentinos se quejó de las restricciones de seguridad con otra frase asombrosa que denota su incomodidad ante la vida programada y aislada que se ve obligado a llevar: «Siento que estéis ahí enjaulados. Me gustaría estar más cerca, pero no puedo por razones de orden. Os tengo que confesar que yo también muchas veces me siento enjaulado y ¡qué feo es sentirse enjaulado!».

Predica su revolución

Dos horas antes de encontrar a la colonia argentina visitó la comunidad de Virginha en la favela de Manguinhos, uno de los momentos más esperados del viaje. El discurso decía cosas parecidas y de gran relevancia sobre la justicia social y la solidaridad, pero había un abismo en la fuerza que transmitían solo por cómo las dijo.

Una cosa es leer y otra hablar de corazón. Ante unas 15.000 personas reunidas en el campo de fútbol de la favela Francisco se dirigió de nuevo a los jóvenes en la clave de las recientes protestas: «Tenéis una particular sensibilidad contra las injusticias, pero a menudo os decepciona la corrupción, personas que en vez de buscar el bien común buscan el propio interés. No os desaniméis, no dejéis que se apague la esperanza. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar». Y prosiguió con otra frase importante: «La Iglesia os acompaña». Es decir, está del lado de los que protestan y quieren transformar el estado actual de las cosas.

En todo caso Francisco no dejó de agradecer «la lucha contra el hambre y la miseria» del Gobierno brasileño, que desde el mandato de Inazio Lula da Silva ha dado grandes pasos en el progreso social, aunque ahora empiezan a asomar grietas. Definió a la Iglesia con una frase tomada del documento final de Aparecida de 2007, la cumbre de los obispos latinoamericanos en la que Bergoglio tuvo un papel protagonista y que marcó las bases de un vuelco social de la Iglesia del continente. Y que es la pauta que ahora está aplicando como Papa. Es necesario tomar nota porque es la Iglesia que él quiere: «Abogada de la justicia y defensora de los pobres contra las desigualdades sociales y económicas que gritan al cielo». Ése es el programa.

En la vertiente religiosa se volvió a ceñir a lo esencial del mensaje cristiano, sin entrar en matices de doctrina, y usó otra de sus metáforas al pedir a sus compatriotas «no licuar la fe». «Pueden tomar un licuado de banana, de lo que sea, pero no de fe. Es entera, no se licúa, es la fe en Jesucristo». Dijo que el «programa de acción» es simple, «bastan las Bienaventuranzas y Mateo 25». Se refería, probablemente, al pasaje que dice: «Lo que hicisteis a uno de estos hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber...». Para Francisco es un programa político, de cambio social y esta es su revolución.