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Didyme

Labores de parto

Juan Manuel Balaguer
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De entre todos los fructuosos sacrificios que la monumental institución de la feminidad ha ofrendado, y ofrenda cada día, a la humanidad, resaltan con entidad propia las labores de parto. Cada fase de ese ceremonial fisiológico cargado de liturgias ancestrales, cada helado sudor de espera y esperanza, cada mensajera punzante contracción, cada conciso dolor de amor, cada latido acompasado de vida, se convierten en el más determinado y determinante ejemplo de magnanimidad. Ejemplo también de ofrenda cimera y modélica convertida en epicentro emocional de la humanidad. A este rito del alumbramiento le debe la filosofía de Sócrates su esencia inquiridora, su vocación por elevar a sistema el hecho de preguntar, la que conocemos como mayéutica, al significar partera este vocablo en griego, y siendo la madre de éste comadrona. O sea que la filosofía trae a la luz, ilumina, los procesos de investigación mediante preguntas y nunca mediante respuestas.

Conviene, pues, según este postulado clásico, irle preguntando a la vida, desde la luz de la sosegada concordia, si nuestra evolución, la evolución de la civilización occidental, está respondiendo a un comportamiento meritorio propio de una especie animal lúcida y con capacidad de reflexión que se incorpora a la vida, a la existencia, gracias al magnífico ejercicio de la maternidad voluntaria y voluntariosa que afronta las labores de parto y sus dolores desde el abnegado gozo de los gestos civilizacionales. No venimos al mundo con las habilidades propias de los demás animales subsidiarios de la cadena trófica, sino especialmente dotados de torpezas primorosamente diseñadas para tener que depender de nuestros padres mucho más tiempo que otros mamíferos, al no tener incorporado al código genético la memoria de la especie y así tener que evolucionar gracias al aprendizaje cultural y al académico. O sea, que accedemos al conocimiento perfeccionado por la formación atmosférica, la de la emulación, y por la que se nos instala en la intimidad ontológica como código moral y ético; un conocimiento digno de un animal dual con raciocinio.

Sin embargo, no pareciera que el conjunto de aportaciones, ya atmosféricas ya disciplinares, que recibimos desde el momento litúrgico de las labores de parto, en las que forzosamente participamos, hasta el momento de ultimar el proceso de formación escolástica, si se llega a ultimar alguna vez, dichas aportaciones sean suficientes para convertirnos en seres civilizados en el completo y más denso sentido de la palabra. Los actos sociales colectivos distan mucho de ser actos civilizados. Actos de probada bondad y elegancia, de notoria altura de miras, de ejemplar magnanimidad. Faltos de tolerancia y sentido natural de la justicia, los seres humanos nos hemos convertido en seres de reflexión rudimentaria, desequilibrada. Necios perseguidores de una felicidad material troglodita. Olvidamos que hemos nacido gracias a un acto ejemplar de amor civilizado.