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Lo inmediato

Antonio Ares
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Si algo define y caracteriza a nuestro tiempo es ese efecto perverso de lo inmediato. Todo debe ser lo suficientemente rápido como para llamar nuestra atención de manera instantánea. No debe transcurrir el menor lapso de tiempo entre el hecho y la noticia. No debemos dilatar el sentido y el ansia del deseo en la consecución del logro anhelado, aunque una vez conseguido pierda todo nuestro interés. No hay que permitir que ningún tiempo enturbie el devenir de lo inmediato. Algo que sucede en el lugar más recóndito del mundo, y que a veces ni merece la categoría de noticia, se convierte en portada de los medios de comunicación y acapara nuestra atención momentáneamente.

El sosiego, la quietud, la pausa, el gozo que produce imaginarse lo que deseamos, han dado paso a lo automático, lo instantáneo, lo soluble. Nunca la dimensión tiempo se ha reducido a su concepto infinitesimal. Unos pocos milisegundos pueden convertirse en una eternidad. Entretenerse en leer una noticia se ha convertido en una instantánea. Disfrutar de una reposada tertulia entre amigos ha pasado a ser un twitter de ciento cuarenta caracteres.

Nada se paladea, nada se goza, nada se disfruta, todo debe ser efímero pasado. Da igual que sea un acontecimiento feliz que se trate de una mala noticia, en el tiempo que dura su relato pasa a un segundo plano, y en cuestión de pocos días entra en el cajón del olvido. Todo debe contener ese toque de fugacidad que caracteriza a lo pasajero.

La cultura del usar y tirar se ha instalado en nuestras vidas de tal manera que el tiempo es una variable que se resuelve con un clic. Hechos recientes que llamaron nuestra atención han caído en el olvido. La placidez de esos momentos felices que nos hicieron gozar como nunca ha sido guardados en el último rincón del disco duro de nuestra. Todo es presente, el pasado es una historia que no interesa y el futuro es tan lejano que nunca lo alcanzaremos. Es imposible reproducir en un sólo instante lo que el placer de los instantes, de las cosas y de las gentes que nos rodean son capaz de ofrecernos más allá de lo efímero. Paladear, degustar, saborear, deleitarse, relamerse, catar con mesura son verbos que nos deben hacer recapacitar lo insustancial de lo que se desea y se deja de apreciar una vez conseguido. Debemos rematar la faena del deseo, quedarnos en él y subir a la cima de nuestro anhelo.

Lo breve, si breve dos veces bueno, podría servir. No comparto la máxima de Merlina Acevedo, autora mejicana que dice que «lo breve se aproxima a lo infinito». Lo infinito es nuestro deseo que puede llegar a ser eterno pero no inmediato.