La hora del relevo en Bélgica
Alberto II se despide de sus ciudadanos con un llamamiento a la cohesión y una petición de apoyo para el futuro monarca
BRUSELAS.Actualizado:Engalanada con flores y banderas tricolores, pero sin descuidar la austeridad, Bruselas ultimaba ayer los últimos detalles para recibir el ascenso del nuevo monarca. En un emotivo discurso televisado, Alberto II se despidió de todos los belgas y de sus veinte años de reinado con una consigna clara: «mantener la cohesión». «Es vital, no solo para la calidad de vida, que necesita el diálogo, sino también para preservar el bienestar de todos», señaló.
Convencido de que su hijo, el príncipe Felipe, será un digno heredero, Alberto II pidió a sus ciudadanos que apoyen a su sucesor. «Tengo un deseo que me es muy querido, como rey y como padre: Rodead al futuro rey Felipe y a la reina Matilde de vuestra colaboración activa y apoyo. Son una pareja excelente al servicio de Bélgica y tienen toda mi confianza», afirmó. No será fácil el cometido que tendrá por delante el nuevo monarca. Además de mostrar firmeza y dar brillo a su institución, tendrá que revalidar que su papel tiene sentido.
A lo largo de los últimos veinte años, Alberto II logró ganarse la simpatía y el respeto de su pueblo al convertirse en un elemento vital para mantener unido a un país caracterizado por una profunda diversidad cultural. Aun así, el monarca -que conservará su título de forma honorífica a partir de su abdicación- destacó que las diferencias juegan un papel primordial en la identidad del territorio. «Si Bélgica no ha sido siempre fácil de gobernar, su pluralismo constituye una riqueza democrática preciosa», aseguró.
Alberto II no quiso desaprovechar su último discurso para «honrar la memoria» de su hermano mayor, el rey Balduino, tras cuyo fallecimiento en 1993 él le sucedió en el trono al no dejar descendencia, y de quien destacó especialmente su «gran sentido del Estado» y su «preocupación por los más débiles de nuestra sociedad». Balduino fue precisamente quien instruyó a Felipe, de quien se dice que ha recibido la más exigente de las formaciones y tiene una amplia experiencia en afianzar la imagen de su país en el extranjero.
Las relaciones con la UE despiertan un especial interés por parte de la monarquía belga. Así lo dejó claro el monarca - de 79 años- al instar a sus ciudadanos a «seguir creyendo firmemente en Europa». «En nuestro mundo esta construcción es, más que nunca, necesaria. En muchos ámbitos los desafíos no pueden afrontarse nada más que a nivel europeo, y es a ese nivel en el que ciertos valores pueden defenderse mejor», sostuvo. Asimismo, elogió a la clase política del país y los agentes sociales, al tiempo que valoró los difíciles acuerdos logrados en materia presupuestaria y de reforma del Estado para «preservar el desarrollo económico».
Gira de despedida
Tras anunciar el 3 de julio por sorpresa su abdicación para hoy, tanto Alberto II como su esposa Paola quisieron despedirse con una gira por el país. A lo largo de esta semana se vio a un Alberto II con aires de cansancio al subir la treintena de escaleras del Ayuntamiento de Lieja, hasta el punto de verse ayudado por la reina en los últimos peldaños. Los problemas de salud fueron uno de los motivos que precipitaron la decisión de dejar al trono. Sobre todo tras el desgaste sufrido al mediar en la última crisis política, que duró 541 días, y en la que Bélgica estuvo más de 400 sin gobierno.
En consonancia con los principios de la monarquía belga, la ceremonia que hoy convertirá a Felipe en el séptimo rey solo costará al Estado entre 500.000 y 600.000 euros, diez veces menos que el coste que tuvo la abdicación de la reina Beatriz de Holanda. Además, no se ha invitado a las familias reales extranjeras, ni a líderes políticos internacionales.