HORIZONTE EXTERIOR DESPEJADO
El déficit comercial es, entre nosotros, una costumbre tan acendrada como la Semana Santa en Sevilla o los encierros en Pamplona
Actualizado:En una situación como la que atravesamos, donde el paro acogota al consumo y la ausencia de actividad convierte en innecesarias las inversiones, no es de extrañar que todas las esperanzas de recuperación se sitúen en el difícil mundo del comercio exterior. El déficit comercial es, entre nosotros, una costumbre tan acendrada como la Semana Santa en Sevilla o los encierros en Pamplona. Ha sido un estrangulamiento básico de nuestra economía desde que abrimos tímidamente las puertas del mercado interior allá por el lejano año de 1958, cuando se aprobó el Plan de Estabilización.
Pero, como sucede con todo, las cosas están cambiando de manera acelerada. En los años de la bonanza, las necesidades generales de equipamiento y los arrebatos personales de una riqueza que creímos perpetua desbocaron el déficit, aplastadas nuestras exportaciones por una avalancha imparable de importaciones. Comprábamos de todo y lo financiábamos con despreocupada alegría. El final de la historia la conocemos bien y la padecemos con intensidad. Por el contrario, ahora que aprieta la crisis, la necesidad sigue empujando a nuestras ventas exteriores; mientras que la atonía general convierte en innecesarias o en inalcanzables muchas de nuestras compras en el exterior.
Como resultado, la tasa de cobertura del comercio exterior -el porcentaje de importaciones cubierto por las exportaciones- se ha situado en los cinco primeros meses del año en un más que excelente 94,4%. Estas últimas han crecido a un meritorio 7,4%, mientras que aquellas primeras han descendido un apreciable 3,2%. Incluso obtuvimos en marzo, por primera vez en la historia estadística de esta variable, un superávit comercial con el exterior de 635 millones de euros.
Hay más novedades. Los destinos exteriores habituales de nuestras ventas pierden fuelle y así bajan las ventas dirigidas a Alemania (-4,8%) y Francia (-3,5%), mientras que suponen ya el 37% del total las que se materializan fuera de la Unión Europea. Esta evolución nos hace más dependientes de las a veces inexplicables evoluciones del dólar, aunque también es muy sana pues nos correlaciona con las áreas geográficas con mayor crecimiento del planeta.
¿Y qué productos intercambiamos? Pues compramos casi las mismas cosas que vendemos, lo que constata la creciente 'homologación' de nuestro sistema productivo. Así, el primer capítulo de nuestras ventas al exterior son los bienes de equipo, que ocupan también el segundo lugar en las compras, tras la energía de la aún que carecemos. El segundo son los alimentos y el tercero los productos químicos que ocupan el mismo puesto en las compras.
El ministro De Guindos sostiene que esta evolución es un signo de la pronta aparición de la recuperación y pronostica que se verá reforzada por el buen dato de la próxima Encuesta de Población Activa y la previsible eliminación del signo negativo en la evolución del PIB trimestral. No solo es deseable, es también muy posible que esta vez acierte en el pronóstico. Desde luego, lo que no cambia es la necesidad de seguir aumentando las exportaciones ante la larga convalecencia que deberá seguir nuestro depauperado mercado interior. El reto lo asumen las empresas, que deberán mantener el esfuerzo exigente de vender fuera lo que aquí no compra nadie.