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'Tembo'

Juan Manuel Balaguer
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En swahili, al elefante se le llama ‘tembo’, si bien en Somalia prefieren llamarlo «marodi», utilizando la lengua somalí, aún cuando en Kenia, donde pueden avistarse más, llamarlo «marodi» conlleva el riesgo de ser considerado un guerrillero fronterizo. Todos los espacios fronterizos son muy sugestivos aunque arriesgados. Gozan de idioma propio, incluso de semántica específica, de culinaria propia y de rasgos maniáticos propios. En todas las fronteras se escenifican enigmáticos dramas, sobre todo en aquellas en que se trajina con miserias y con tendencias delictivas. La de Tijuana, por ejemplo. Las fronteras entre Somalia y Kenia no se perciben. Son un galimatías transgredido por todas las especies animales. Advertíamos siempre a nuestros invitados que al penetrar en Kenia, licenciosamente claro es, no invocaran al elefante, su legendario sueño urbanita, llamándolo «marodi» sino «tembo». Lo importante para ellos, novicios en África, era llegar a avistar un gran macho fuera de un amanerado parque. A los tres días de vagar sin claro norte, dimos con una traza que nos llevó a toparnos con un macho, inmenso a nuestros ojos, que nos instó a pararnos en seco con un bronco barrito, si bien no pareció que le disgustase en demasía que estuviéramos por allí fisgoneando. Inusitadamente arrancó de cuajo una acacia espinosa de porte medio y con gran elocuencia nos la mostró blandiéndola como si fuera una espadita de guardarropía teatral. Nos mostró su poderío de Hércules gaditano y se fue con la parsimonia propia del rey incuestionado.

La vida de la naturaleza radical, la genuina, la llena de leyes y legisladores, la edificada sobre todas y cada unas de las nomenclaturas del sacrificio y las argucias de la supervivencia, se expresa siempre desde los gestos nobles. No agrede, se defiende. Escucha y avizora prefiriendo agazaparse para huir sigilosa antes que airarse y atacar arteramente. Alerta, pauta, marca territorios y escenifica rituales. Todo se rige por el ceremonial de la cadena trófica y sus dramas. Por las sendas de verde bruma del Congo, por las de las sabanas de Kenia y Tanzania, por las arenosas de Namibia he visto deambular a muchos rebaños de elefantes. Majestuosas moles rojizas emergiendo de enigmáticos barrizales. Parsimoniosos testimonios de vida legislada por la memoria misteriosa de su especie. La suma vida de la fulgurante África se expresa desde la limpidez de los actos divinos merecedores de la divinización, no mereciendo por ello ese monumental continente ser manejado por espurios abusos y componendas delictivas que buscan en sus entrañas materias primas salpicadas por sangres de mártires impúberes. Ese drama de abuso sistemático, ese rencoroso encono de las castas políticas, son los que impiden que el gran elefante blanco del alma de Mandela pueda solazarse definitivamente en el gran lago de la suprema espiritualización. ¡Paz al pacificador; gloria al glorioso!