Obama expande el alcance de sus drones
El primer avión sin piloto que aterriza en un portaaviones da un impulso sin precedentes al espionaje aéreo de EE UU
Actualizado:El Pentágono lo trompeteó como un hito histórico, y todos los periodistas que firmaban 'A bordo del portaaviones USS George H.W. Bush' repicaron sus palabras con el mismo entusiasmo. En realidad, la noticia no era buena para el mundo, solo para la industria armamentística y las ambiciones de EE UU. Con el primer avión no tripulado que ha sido capaz de aterrizar en un portaaviones, el Gobierno de Obama acaba de ampliar sus posibilidades de espionaje aéreo mucho más allá de los 3.200 kilómetros de alcance que tienen estos infames aparatos espías, que ni siquiera arriesgan la vida de un piloto. En el futuro, bastará con anclar un portaaviones cerca de las costas del país que se quiera vigilar.
El avión bautizado como Salty Dog 502 (Perro Salado) es todo menos zalamero. Forma parte de un programa llamado UCLASS que cuesta 1.400 millones de dólares (1.071 millones de euros), y si bien logró aterrizar en el portaaviones anclado en las costas de Virginia, hicieron falta 100 personas para controlar la operación de forma remota. Además, falló en el tercer intento, algo a lo que la Marina no le da importancia porque dice que puede ser tan sencillo de solucionar como reiniciar el ordenador a bordo en el que se programa su trayectoria.
Esa simplicidad en un aparato de guerra, cargado con dos bombas de precisión, también ha asustado a los expertos. «¿Qué ocurriría si hay un fallo?», se preguntaba Michael Peck, especialista de 'Forbes' en el cruce de los juegos informáticos con la seguridad nacional. En la resaca del accidente aéreo de un Boeing 777 de Asiana Airlines en San Francisco, donde los pilotos creían haber confiado la operación a los programas de aterrizaje automático, la idea de dejar la guerra en manos de las máquinas asusta más que emociona. «¿Cuántos daños podrá sostener antes de que eso comprometa su capacidad para aterrizar con éxito en el portaaviones? ¿Podrá el ordenador tomar esa decisión?», se preguntaba el experto. En su tercer intento de aterrizaje, el ordenador del X-47 decidió quedarse en el aire debido a los errores que registraba. Fue la tripulación que lo supervisaba a distancia la que cambió las órdenes para redirigirse a una de las islas de la costa de Virginia que se había preparado para aterrizajes de emergencia. ¿Qué ocurrirá cuando esté en la costa de un país enemigo? ¿Y si algún pirata informático logra colarse hasta sus circuitos, como clama haber hecho Irán? ¿O si lo contaminan con un virus? En diciembre pasado, EE UU perdió dos de estos aviones, uno en las costas del océano Indico y otro en la república islámica. Dentro iban los secretos de la industria y los que había robado a países vecinos.
Para el Gobierno de Obama, que ha expandido la flota de drones hasta 8.000 aparatos, se trata de una forma de aligerar la presión de la opinión pública, siempre reticente a perder vidas estadounidenses en el extranjero, pero sobre todo de aliviar el presupuesto y mejorar su capacidad militar. Los drones son significativamente más baratos que los cazas F-35 y tienen la ventaja de evadir los radares. En su mandato, el premio Nobel de la Paz ha retirado tropas de Irak y planea hacerlo de Afganistán. Pero ha incrementado la presencia de estos aviones asesinos a la parte más conflictiva del mundo, desde el estrecho de Hormutz hasta Etiopía, violando sistemáticamente la soberanía de los países a los que espía y asesinando a 4.700 personas, según el senador Lindsey Graham, de las que el 20% eran civiles inocentes y solo el 2% objetivos terroristas de alto valor, según la Oficina de Periodismo de Investigación con sede en Londres.
Ese es el futuro del que se congratulaba el almirante Mat Winter, el miércoles, cuando veía aterrizar el primer drone en el George H. W. Bush a 56 kilómetros por hora, frenado con un cable. A su lado aplaudían los ejecutivos de Northrop Grumman, el fabricante de los Perros Salados, y la única con un beneficio claro e inmediato. El Pentágono aún no sabe qué uso le va a dar a esta nueva aplicación de su juguete, ya que no incorporará los aviones no tripulados a su flota naval hasta al menos tres o seis años.