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Economia

EL PROBLEMA DE FONDO

Debatiendo la devolución de las ayudas se nos olvida que los astilleros no pueden seguir el ejemplo de la minería del carbón, que vive conectada a la respiración asistida proporcionada por el Estado. La solución, para ser duradera, debe partir del propio sector y no de ninguna Administración

IGNACIO MARCO-GARDOQUI
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Llevamos un buen rato dando vueltas al asunto de los astilleros y, como es natural, nos centramos en la disputa abierta con las autoridades de Competencia europeas. En Bruselas nos proponen soluciones del todo insatisfactorias porque crean una grave inseguridad jurídica que ahuyentará a los inversores hasta ahora confiados en la validez de las normas fiscales nacionales. Sin ellos, no habrá pedidos para construir nuevos barcos, y sin barcos no habrá empleo para las decenas de miles de personas que trabajan en su construcción. Total, un desastre. Pero, ocupados como estamos en estas cuestiones y preocupados por el futuro del sector, no nos queda tiempo para poner el foco en el pasado.

Hablamos de la exigencia de devolver unas ayudas que, al no poder ser públicas directas se convirtieron en indirectas, pues eran los inversores quienes proporcionaban el dinero a cambio de recuperarlo más tarde mediante deducciones en el impuesto sobre sociedades. Pero, ¿por qué eran necesarias estas ayudas? Pues desgraciadamente por la incapacidad para competir de los astilleros europeos -en esto no somos una gran excepción- frente a otros constructores de países lejanos, con ojos rasgados y tez amarillenta. A nosotros nos faltan pedidos, y aunque hemos conseguido grandes avances en tecnología no llegamos a producir algo tan bueno que justifique un precio tan elevado como el que proponemos, mientras que por el otro lado de la balanza nos sobran costes.

Pocos pedidos y costes elevados forman una pescadilla que se muerde la cola y suponen una ecuación de difícil solución. Nosotros creímos encontrarla en el famoso y complejo 'Tax Lease' una vez prohibidas las ayudas directas, pero ahora nos dicen en Bruselas que no vale, lo que nos retrotrae a la casilla de salida. ¿Cómo conseguimos que los astilleros encuentren pedidos a precios competitivos con unas estructuras de costes muy pesadas? Es el propio sector quien debe dar respuesta a tan crucial pregunta. Como suele ocurrir en tantos otros sectores, la vía de los costes tiene un escaso recorrido. La gran mayoría de los acopios tienen precios internacionales y los salariales tienen una rigidez tal que es impensable rebajarlos. Así que todo parece conducirnos hacia la tecnología. Pero, ¿somos realmente punteros en ella?

Si se fijan bien, las manifestaciones de los trabajadores y las intervenciones de las autoridades se centran en exigir, en el primer caso, y en encontrar, en el segundo, una intervención pública que traiga la paz , el sosiego y... los pedidos. Pero quizá hagamos mal en insistir tanto en una solución pública. El sector no puede seguir el ejemplo del de la minería del carbón, que vive conectado a la respiración asistida proporcionada por el Estado. Los problemas económicos cuando se hacen muy grandes se convierten en sociales. Y los problemas sociales cuando crecen mucho se convierten en problemas políticos. Pero esta no puede ser una historia interminable. Es el sector, con sus propios resortes, sus propios costes, sus propias inversiones, su propia tecnología y su propia capacidad comercial quien debe encontrar la solución a sus males. Porque solo así podrá ser una solución duradera. Europa puede hundir el sector, pero no puede reflotarlo.