Al amparo de la calle
Actualizado:La vida le relegó cuando apenas había perdido el último de los dientes de leche. Pasaba por uno de los momentos más determinantes de la existencia cuando impunemente fue arrebatado de la presencia materna y apartado en un inmerecido confinamiento. Con escasa edad empezó a padecer por los errores ajenos y terminó asumiendo, aún sin comprenderlo, que tal vez la vida le colocó al nacer en el lugar equivocado, ya que a dónde realmente pertenecía era a ese otro mundo que es el batallón de los excluidos. La aceptación de su ineludible condición, amén de encontrar adecuados compañeros de viaje, le permitió, no obstante, sobrevivir entre los gélidos muros de los hospicios de entonces.
Años más tarde, a punto de reconstruirse emocionalmente, la vida le vuelve a desplazar. La persona con la que proyectaba compartir un reparador futuro le abandona. Concluían los años 60 cuando, a los ritmos de la entrañable gramola de 'Joaqui', recala en el barrio rehuyendo el escenario de una nueva pérdida. Aquí no le conoce nadie y él no quiere ser nadie. Ante el desvarío que le provoca el reciente desgarro afectivo, el mundo entero se le antoja como potencial agresor y repele por ello con firmeza cualquier expresión de afecto y amistad. El descuido personal y su excentricidad contribuyen al propósito. Sin embargo, persiguiendo lo contrario, logra hacerse un hueco en la cotidianidad de un barrio que, acostumbrado también a desconsideraciones y olvidos, termina por convertirle en parte de sus propias entrañas, lo que le lleva a aceptar, no sin reticencias, el lugar que se le ofrece en la vida de la comunidad. Pero cuando ya estaba a punto de rendir todas las armas vuelve a ser víctima expiatoria de las desavenencias y carencias ajenas. Aunque ésta vez, a pesar de todo, mantiene la capacidad para distinguir la bondad humana y ello le permite no solo superar la cruel adversidad, sino irse de entre nosotros con idéntica humildad a la que llegó, pero con una infinita serenidad.
Me resulta imposible no reconocerte, Paco, en todos aquellos que nos empeñamos en retirar de las calles, cajeros y jardines en los que yacen, máxime en tiempos de estío, porque deslucen la imagen turística de la ciudad. Ante semejante realidad, más que ocultar o eludir su presencia, solo cabe proceder como -en la clásica obra de Saint-Exupéry -lo hiciera su tierno protagonista frente al zorro.