El monarca inesperado
El sucesor de Balduino II se ha servido de su carácter conciliador para forjar el entendimiento en las numerosas crisis políticas del paísAlberto II abdica en su hijo Felipe acosado por los escándalos fiscales de su cuñada Fabiola y los líos de faldas
Actualizado:Al príncipe Alberto no lo educaron para reinar. Sin embargo, será recordado como «el mejor monarca de los belgas», pese a un turbio final de reinado marcado por los escándalos financieros y de faldas. «Cercano» y «más sociable» que su hermano el rey Balduino, al que sucedió en el trono después de morir sin descendencia, el actual jefe del Estado belga ha tenido que recurrir en más ocasiones de las que le gustaría a ese carácter conciliador que le atribuyen para sortear las innumerables crisis políticas que han salpicado sus dos décadas como soberano.
Alberto Félix Humberto Teodoro Cristiano Eugenio María es el tercer y último hijo del rey Leopoldo II y su primera esposa, la reina Astrid, fallecida al año de su nacimiento. La temprana muerte de su madre y la invasión de Bélgica durante la II Guerra Mundial marcaron la primera juventud del entonces príncipe de Lieja, que se vio obligado a abandonar el país junto a sus hermanos mayores para refugiarse en Francia y posteriormente en España. Una época convulsa que llevó a Alberto a peregrinar por colegios de Alemania, Suiza y Londres hasta que la familia real regresó a Bélgica en 1950. Nueve años más tarde y convertido ya en príncipe heredero, se casó con la aristócrata italiana Paola Ruffo di Calabria, a la que conoció en la coronación de Juan XXIII y con la que comparte tres hijos; Felipe, el heredero; Astrid y Lorenzo, un joven consentido y amante del lujo que ha puesto a su padre en más de un aprieto por su azarosa vida.
Anfitrión y mediador
Coronado como sexto monarca del país el 9 de agosto de 1993 -tras la muerte del rey Balduino a causa de una parada cardíaca durante sus vacaciones en Mijas-, Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha se ha esforzado a lo largo de su reinado por ser «el soberano de todos los belgas» y así se lo han reconocido los propios ciudadanos al margen de las disputas federalistas entre flamencos y valones (norte y sur).
En un país donde la Constitución limita los poderes de la monarquía a un mero papel de representación y símbolo de unidad -fundamental, por otra parte-, Alberto II asumió como propio el deber de lograr un entendimiento entre las tres comunidades lingüísticas que conviven en Bélgica.
El monarca, que apura los últimos días de su reinado atosigado por el escándalo desatado por una supuesta hija ilegítima que reclama su paternidad y los desmanes fiscales de su cuñada Fabiola, criticó abiertamente el separatismo flamenco y los discursos xenófobos de partidos como el del desaparecido Vlaams Block, un gesto muy aplaudido por la ciudadanía, que en recientes encuestas se ha mostrado a favor de su continuidad en el trono.
Durante la última y más larga crisis política, que se prolongó de abril a diciembre de 2011, Alberto II ejerció de anfitrión y mediador en lasnumerosas reuniones mantenidas entre los partidos flamencos y valones hasta que finalmente encargó formar Gobierno al líder socialista y actual primer ministro, Elio Di Rupo.