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Talla del Cristo crucificado, atribuida a Pompeo Leoni. :: EFE
Sociedad

Pompeo Leoni recupera la atribución del Cristo de la Academia de Bellas Artes

La excepcional talla del XVII vuelve a la vida liberada de las densas capas de contaminación, humo y polvo acumuladas a lo largo de cuatro siglos

MIGUEL LORENCI
MADRID.Actualizado:

Durante cuatro siglos el humo de las velas, la contaminación y el polvo se acumularon sobre la pálida superficie de un Cristo crucificado originario del convento de la Soledad y depositado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando desde 1845. Cuando se acometió su restauración y se retiraron las densas capas de negruzcos residuos, repintes y barnices oxidados, emergió la plena belleza de una talla de delicadísimas calidades que se reveló como la de un maestro. Los restauradores descubrieron además una diminuta etiqueta manuscrita con la leyenda 'Pompeo Oleoni'. Era la pista definitiva para determinar, como se apuntó hace más de una centuria, que el Cristo que ahora brilla en todo su esplendor en el oratorio académico es obra de escultor Pompeo Leoni, (Milán, 1533-Madrid, 1608) genio de la escultura del siglo XVII, y que su primorosa policromía se debe a Vicente Carducho. La Real Academia presentó ayer, junto a la pieza restaurada, el estudio publicado por el académico Alfonso Rodríguez G. de Ceballos en 'Ars Magazine'. «Hay mucha polémica sobre las intervenciones, pero procesos como este demuestran su pertinencia. Son necesarias para los obras de arte, como lo son para el cuerpo cuando nos aqueja una enfermedad. Son capaces de devolver la vida», resumía gráficamente sobre la 'resurrección' de la pieza el académico y catedrático, responsable del estudio que ha reintegrado la atribución a Leoni.

El Cristo crucificado habría sido concluido entre 1611 y 1616. Del convento de la Soledad pasó al museo de la Trinidad tras la primera desamortización en 1836, hasta que se depositó en la Academia de Bellas Artes en 1845. Pompeo Leoni lo habría realizado para rematar el retablo de El Escorial, pero por resultar pequeño, a pesar de sus más de tres metros, se vendió y fue a parar al citado convento. Atribuido a Alonso Cano primero y luego a Antón de Morales, discípulo de Leoni, habría sido una pieza de muy especial veneración que el estudioso equipara con la que se ganó en el XIX la Virgen del Pilar. Fue sometido a una eficaz limpieza y restauración que planteó «un desafío histórico, estilístico y técnico». El complejo proceso ha permitido restablecer la magnífica calidad original de la pieza. Donde antes había un uniforme tono negruzco y sin detalles, se aprecian ahora los matices de los artistas, la tensión de los volúmenes musculares, los detalles de la herida y los moratones en las rodillas los hombros y lo ojos, sutilmente sugeridos por la policromía de Carducho. Una delicadeza que se revela sobre todo en la decoración del paño de pureza que cubre al Cristo, un 'estofado', en el argot de los restauradores, con calidades de oro y plata.