Códigos hasta la muerte
Proliferan en EE UU las lápidas que ofrecen información sobre los gustos musicales de los finados, sus fotos, sus vídeos o sus mensajes
Actualizado:Cuando en 1952 los estadounidenses Joseph Woodland, Jordin Johanson y Bernard Silver patentaron el código de barras no podían imaginar la revolución que iba a suponer para la humanidad. Su primer destino fue catalogar vagones de ferrocarril, pero no fue hasta 1966 cuando comenzó a utilizarse comercialmente. En España comenzó a funcionar a mediados de los 80 y aligeró, sobre todo, las colas en los hipermercados. Hoy se cataloga con rayas desde un lapicero a una medicina, pasando por el inventario de una empresa. Y lo que es más raro, hasta un cementerio.
Interpretar el código de barras es sumamente sencillo con una pistola lectora. Otra cosa es hacerlo sin herramientas. Las primeras rayas son el prefijo, lo que es fácil de saber dado que por debajo están los números que identifican al país (84 en el caso de España). Después va el código asignado a la empresa registrada, que tiene entre cinco y ocho dígitos. A ellos le siguen los números del código del producto establecido por el fabricante y luego aparece un dígito de control.
Con un poco de paciencia es fácil descubrir el fabricante de la marca blanca de leche que se compra en el supermercado o en qué nación han sido elaborados los frutos secos que se toman con el aperitivo o, incluso, el lugar del mundo donde ha sido fabricado el carísimo bañador que se va a utilizar este verano -con casi toda seguridad en un país del Tercer Mundo-. A las barras se ha sumado ahora el código QR, más sofisticado y con mayores aplicaciones multimedia.
Lo complicado es saber cómo son catalogadas con un código digital las lápidas del cementerio Subset Memorial Park, al norte de la ciudad estadounidense de Filadelfia. La empresa Digital Legacy, fundada por Rick Miller, se dedica a ofrecer un servicio añadido a sus clientes, los familiares de los difuntos. El invento da un valor añadido a los camposantos, lo que en el mundo de las funerarias poco a poco va teniendo más tirón, pese a la crisis.
Para entrar en el legado digital, el amigo o familiar del finado tendrá que ir provisto de un teléfono inteligente o una tableta con la aplicación para leer el código de barras o el QR. Tras postrarse ante la lápida para saludar a su amigo o ser querido, solo tendrá que pasar el aparato por delante por la pegatina con el código para escanearlo. De inmediato, como ocurre cuando se pasa un pollo precocinado por la caja del súper, el 'smartphone' o la tableta ofrece un amplio menú de posibilidades que van desde visionar fotografías o vídeos del fallecido a escuchar sus canciones favoritas, conocer las dedicatorias póstumas que le hicieron, dejar escrito algo en ese registro y compartirlo a través de las redes sociales como Facebook o Twitter.
En Estados Unidos la iniciativa suma adeptos día a día. Sin embargo, en países como España, donde morirse cuesta un riñón, la incineración manda, aun a riesgo de ser multado esparciendo las cenizas en un monte, un río o la playa, cuando no en un estadio de fútbol. En ese caso, estas etiquetas con los códigos podrían comenzar a ser vistas tanto en las barandillas de los paseos marítimos, en los puentes o en los terrenos de juego.