LA MUNIFICENCIA DEL DESTINO
Actualizado: GuardarDecía mi amigo Niccolò que «el destino será siempre munificente con el obstinado». Nacido en Parma, le habían puesto el nombre de Niccolò en homenaje a Paganini, a ruego de su abuelo el ingeniero Braibanti, el que sin embargo hubo de allanarse al criterio tribal, muy italiano, que le conminaba a estudiar ingeniería como todos sus antecesores, en vez de estudiar violín en Viena como hubiere deseado al alegar haberle vislumbrado un puntito virtuoso en la mirada. Existía en esa afectuosa familia una tradición que obligaba a todos los varones a estudiar ingeniería, con o sin luces, de forma tal que el Pastificio Braibanti y las distintas fábricas homónimas de hornos para pasta, ya ubicadas en Italia o fuera de ella, estuvieran siempre dirigidas por un Braibanti ingeniero. Ello no le negaba derechos a las hembras que desearan estudiar carreras técnicas pero quedando exentas de cargar con el peso del sino y sus rituales olímpicos. Esta liberalidad con la que se desenvolvía el gineceo de aquella fronda emotiva daba como resultado el que todas las hembras de esa núcleo matriarcal fueran deliciosas señoras de mullido carácter. Los varones, por contra, tenían carácter taciturno y abrumado, como pudiera tenerlo Atlante cargando con el pesado globo terráqueo por mor a su condición de actor divino.
Una sociedad robusta y abnegada, tersa y digna, no se improvisa. No es un don, un regalo, un accidente circunstancial, sino un ejercicio lucubrado de sintonía y concordia, de obstinación afectuosa hereditaria. Como la familia, su genuino sustento y guía, resulta ser la sociedad un acontecimiento volitivo. No se es hijo, ni padre, ni vecino, ni asociado, ni allegado próximo o remoto, si no media la voluntad; si no es ésta la que nos impulsa a ejercer de hijo, o de padre, o de educado convecino. O de contribuyente. Pero así también el heroísmo o el patriotismo son frutos de la voluntad de inmolarse en pro de una abstracción emocional en la que se cree fervientemente. El que una saga familiar se acomode a la disciplina de hacer estudiar a todos sus varones ingeniería para así poder heredar con dignidad y conocimiento el talento creativo familiar desde el desafío de perfeccionarlo y transmitirlo, convierte a esa familia en un insigne modelo. El resto es pirueta.
Un día, Niccolò me invitó a cenar en Lugano. Comimos ‘pizzoccheri alla valtellinesse’, muy del Ticino. Hablamos de la tozudez y del virtuosismo existencial. De lo muy cauto que hay que ser para vivir la vida con donosura y honra. Del amor al amar. De improviso, me invitó a dar un paseo por el ‘lungolago’ con todo el abnegado otoño sumiso a nuestros pies. Fuimos hasta su coche y de él extrajo un violín. Me regaló su magistral interpretación del Capricho 24 de Paganini.