Abogados de mentirijillas
Actualizado: GuardarMe llamaron por teléfono. Un amigo. «Ven a mi trabajo. He cubierto a un compañero y me quieren despedir a mí». Subí al batmóvil y en diez minutos estaba allí. Con determinación, fui a su zona de ventas y, a escondidas, otros trabajadores que me conocían se acercaron disimuladamente y me dijeron: «Ése que va por ahí es el representante sindical, lo ha dejado solo en el despacho del de Recursos Humanos». Me indicaron su ubicación y en un minuto estaba en la puerta. Su secretaria, una mujer de mi edad a la que conocía de vista, me miró con nerviosismo. «Espere un momento, ahora le hago pasar». Empecé a impacientarme cuando cumplí cinco minutos fuera. De repente escuché fuertes gritos provenientes del interior del despacho. La chica, incómoda en su asiento. Me aproximé y con educación le dije: «O me dejas entrar o parto la puerta en dos de una patada». La puerta se abrió. Mi amigo, encogido, ovillado, con lágrimas en sus ojos. Temblaba. El jefe no se levantó de su asiento y me soltó que ya estaba todo finiquitado. Mi cliente iba a ser despedido disciplinariamente y si no lo aceptaba nos veríamos en el juicio. Lo miré con fuego en los ojos y le pregunté si era abogado. Me dijo que sí. ¿Eres compañero, de verdad?, le espeté. «¿Compañero?». Que si estás colegiado, le aclaré. «No, soy licenciado en Derecho». ¿Licenciado en Derecho? ¿Pero has terminado la carrera? «Casi, me quedan un par de asignaturas». Tú no eres abogado, le acuchillé, lo que tú eres es un mierda. Le dije a mi cliente que nos íbamos a comisaría a denunciar a ese fantoche intrusista que lo había secuestrado en su despacho, «impidiéndole ser asistido de letrado, coaccionándolo a voz en grito para que aceptara ese despido que no era sino el fin por el que había sido contratado ese tipejo: adelgazar la plantilla de su empresa. Fue entonces cuando el jefecillo se puso en pie. Así le era más fácil bajarse los pantalones».
Pasado el tiempo he encontrado otros fulanos que vulneraban el artículo 403 del Código Penal sin saber, imagino, que por realizar intrusismo profesional pueden sufrir una pena de dos años de prisión. Supuestos abogados que negocian contigo y piden que firmes tú la demanda de mutuo acuerdo, personajes sin escrúpulos que no se conforman con no colegiarse e impagar las cuotas colegiales y de la mutualidad sino que cobran a sus incautos clientes a los que jamás podrán facturar nada. Algunos se publicitan como prestigiosos abogados y estafan a víctimas de desahucios en ejecuciones hipotecarias. Despachos pulcros, tarjeta, jerga jurídica, traje y corbata. Engaño bastante, que dice la jurisprudencia, con el agravante de que no se trata de alguien que dice ser abogado y lucha por la defensa del cliente sino de unos estafadores que cogen el dinero y baten el récord mundial de Usain Bolt.
Por eso debo aconsejarles que exijan titulación y número de colegiado a su letrado y que no confíen en que la Fiscalía vaya a ayudarles en su cruzada judicial recurriendo su imputación o solicitando la anulación de las actuaciones que se realicen en su contra. Eso no es lo normal. No existe un solo fiscal encausado por intrusismo profesional, aunque algún procesado, agarrado a los barrotes de su celda, grite al funcionario de prisiones que quiere hablar con ‘su’ fiscal y no con un abogado, aunque no sea de mentirijillas.