«De las crisis no son culpables unos pocos, sino todos los que las permiten»
El autor segoviano presenta esta tarde en la APC su novela 'Último tango en Auschwitz' de la mano del Centro Andaluz de las Letras
CÁDIZ.Actualizado:En la década de los 80, el escritor Andrés Sorel (Segovia, 1937) comprobó in situ el horror vivido en Auschwitz, para él, un punto de inflexión en el devenir de la civilización y el humanismo. 30 años después ha publicado 'Último tango en Auschwitz', (Akal), una «incómoda» novela con la que pretende hacer reflexionar sobre la culpabilidad colectiva de las atrocidades de la historia. Esta tarde, y de la mano del Centro Andaluz de las Letras, presenta su obra en la APC. El encuentro? estará conducido por Juan José Téllez y Rafael de Cózar.
-¿Cómo surgió 'Último tango en Auschwitz?
-Es una novela que surge desde hace muchísimos años. Estuve visitando el campo solo a principios de los 80 y desde entonces me acompañaron una serie de reflexiones profundas porque pensé que Auschwitz había sido algo más que un episodio de la II Guerra Mundial o la propia tragedia del campo de concentración, sino que allí se había producido de alguna forma la parálisis de la civilización. A partir de entonces y siempre pensando en aquella experiencia que tuve, leí infinidad de libros con testimonios de quienes habían vivido el horror o reflexiones de otros escritores o filósofos. Para mí, Auschwitz no es un punto más en la historia, sino que explica la decadencia de la humanidad y la interrupción, casi, del humanismo.
-¿Desde entonces tuvo clara la manera en que iba a reflejar esa versión?
-Siempre consideré que pudiera ser un ensayo más de los que he hecho, pero en los últimos cuatro años es cuando fui perfilando la historia. Entonces uní al fenómeno de la crisis humanística el de la reflexión sobre la civilización y la barbarie, el arte y la cultura y su degradación en una sociedad científica y burocrática como la que vivimos. Esas relaciones de la música también con la barbarie me hicieron crear el personaje de la novela, que es un violinista que trabaja en el campo de concentración y que al final de su vida decide escribir su testimonio de lo que significó el exterminio.
-Pero, para eso, pudo valerse del ensayo, ¿por qué una novela?
-No creo mucho en los géneros literarios. Yo desprecio un poco las novelas históricas al uso que se venden, que parecen de cartón piedra y que pretenden reconstruir lo que no se puede reconstruir y tratan la historia como si fuera un folletín. Sin embargo, mi novela dialoga constantemente con el lector, yo quiero que el lector se meta en la novela y comprenda que todos somos de alguna manera culpables de Auschwitz y que hay que reflexionar sobre esa gigantesca y monstruosa aberración. El narrador dialoga con el lector y les dice sí, ya sé que es molesto esto que estoy escribiendo, que cada vez que reflejo esas atrocidades os dan ganas de interrumpir la lectura. Pero precisamente eso es para lo que vale una novela, para aquello que decía Kafka: «Un libro debe de ser como una bala disparada directamente a la frente del lector». Una novela no está para divertir, sino para hacer pensar y reflexionar y darle a la literatura la categoría que como arte tiene y no para convertirla en un producto vacío u otro objeto de mercancía más.
-Es un libro de lectura incómoda...
-Es de lectura incómoda como es incómodo hablar de las crisis sociales o humanas. Cuando en Auschwitz mueren millones de personas, hay otros millones de personas culpables de esas muertes. Yo quiero hacer ver también que de las crisis no sólo son culpables un puñado de personas, sino también los que permiten que se produzcan.
-La historia es cíclica, sólo cambian las formas y los nombres de quienes la viven.
-Sobre todo la historia en que el progreso en vez de ponerse al servicio del ser humano y de su perfección y humanismo, se pone al servicio de la destrucción, el crimen y la barbarie. Eso es lo que tenemos que reflexionar, lo que pasa es que la historia se estudia como si fuera cosa de unos cuantos reyes, capitanes, princesas y putas y no se dan cuenta de que la historia la sufren los pueblos.
-¿Parará esa decadencia de la humanidad de la que habla?
-Estamos viviendo una decadencia en la que cada vez hay gente más poderosa y y otras muchas personas con su calidad de vida por los suelos. En este momento Alemania no necesita una tercera guerra mundial para mandar sus tanques a conquistar Europa, ahora está mandando sus bancos para, de alguna forma, esclavizarnos. Eso es una realidad y hay que ponerla encima de la mesa.
-Pero ese discurso no cala, se mira para otro lado...
-Hoy día existen unos medios de comunicación, de entretenimiento y cultura del ocio que lo que pretenden es deformar la realidad, alienar a quienes lo reciben, que no piensen. De lo otro se habla muy poco, la crisis se sufre y cada vez se va a haciendo mayor, pero para pararla la gente tiene que se consciente de que existe y de que tiene que ser activo. En Auschwitz, hasta los jefes de los campos de concentración u otros jerarcas hitlerianos decían que cumplían órdenes para sobrevivir. Ese concepto de individualidad y no de colectividad, que es lo que hace avanzar la historia, es el gran peligro que atravesamos.
-¿Qué papel juega la música en la novela más allá de que el protagonista sea un violinista?
-La música era utilizada en todos los campos de concentración en un doble sentido. Fundamentalmente la música acompañaba a los esclavos que iban al trabajo donde la mayor parte de ellos terminaban muriendo. Es el viejo dicho del pan y circo. Además, algunos de los grandes intérpretes de entonces se planteaban el papel terrible que allí tenían, por salvarse, que cumplir. Y por otra parte, me preocupa el compromiso del intelectual. Que el músico, el escritor, arquitecto o periodista deje de creerse que no participa en la barbarie que supuso el nazismo, o que suponen los fascismos.
-Dijo Caballero Bonald que la poesía podía corregir las erratas de la historia, ¿está de acuerdo?
-Si no corregir, hacer reflexionar. La Historia que se estudia no es más que una sucesión de falsos absolutos, de mentiras plagadas de unos cuantos nombres. En ese sentido, la labor del escritor es la de intentar comprender la historia y no participar en su deformación.
-¿Y por qué el lector tiene que asumir esa versión como cierta?
-El lector muchas veces está condicionado por la sociedad de consumo, la publicidad y la mercancía. Por desgracia el libro se trata como una mercancía más que se consume sin saber si es beneficiosa o no. Salvo maravillosas excepciones, es un producto basura más.