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Un brindis por el bodeguero

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Hubo una época en la que cuando se paseaba por el taller de Francisco José El Galloso ‘El Torero’ en El Puerto el repique de martillos y botellas era constante. No se paraba. Los toneleros hacían una y otra bota y sus manos se llenaban de los callos del oficio. Por una decena de ellas se aseguraban unas cincuenta pesetas de la época. Y a la semana, entre oficiales de primera y segunda, podían llegar a las 450 botas. Pero, obviamente, la llegada de la industria, acabó con éste como con otros viejos oficios y ahora sólo quedan ya algunos toneleros que se encargan de reparar lo que la máquina no puede.

El escenario ha cambiado. En ese sector como en todos. El camión cisterna o la expansión de las multinacionales dio la puntilla a los despachos más pequeños. Por eso era necesario reinventarse y crecer. Era obligatorio que aquellas empresas bodegueras que habían sido hasta entonces las primeras, las más artesanas, las tradicionales, dejaran de echar la vista atrás y comenzaran a pensar en el futuro. Su futuro.

Y es por ese cambio por el que algunas firmas como Caballero, Gutiérrez Colosía, Osborne, y otras más modestas como Bodegas Obregón han seguido batallando y han visto de reojo como por Los Moros o Barrio Alto el olor a vino se esfumaba y el verdín tintaba las antiguas naves.

Ellos, como cualquier otro empresario que siga al pie del cañón a pesar de que la cosa se ponga fea, merecen que el negocio siga al menos manteniéndose. Pero además, en este caso, con su apuesta por seguir en la lucha, hay que tener en cuenta que también sale victorioso el patrimonio histórico, turístico y cultural de El Puerto. Cada año llegan miles de personas a la ciudad amantes de los buenos vinos dispuestas a hacer las catas y las visitas guiadas al casco bodeguero.

La vieja bodega es ahora un museo del vino también. Y un bar donde tomar con una copa una buena tapa. Y también, un sitio donde aprender de nuestra historia, una historia que gracias a gente como ellos se mantiene viva. A pesar de todo.