Ya llegó la fruta
Actualizado:Ya llegó el verano, ya llegó la fruta, y el que no se está comiendo ahora mismo un buen trozo de sandía fría, roja, con sus pepitas, con esos chorreones bajando de la mano al codo, es porque no quiere o porque no es hora. Aunque eso es relativo, porque todos, cuando nos hemos ido alguna vez de viaje y hemos desayunado en el buffet del hotel, nos hemos llenado un plato de fruta variada como si no hubiera un mañana. Con esto me vengo a referir a que no hay hora mala para disfrutar de la sandía si el cuerpo tiene aires de vacaciones. Es un pequeño gran placer. Visualicemos la situación. Acaba usted de salir del agua fresquita de la playa de La Victoria, bueno no, que me perdone La Victoria. Trasládese a El Palmar. Poquita gente. No hay niños tirándose arena. Los surferos están, sí, pero lejitos. Salga de nuevo del agua. Note como el sol va secando las gotas que le caen por la espalda de camino a su silla. Siéntese. Levante los reposa brazos y échelos hacia atrás. Ahí está bien. Póngase las gafas de sol y saque de la nevera el tupper con los trozos de esa sandía gorda que ha cortado por la mañana. Ahora, pegue la espalda a la silla y alce la mano. Llévesela a la boca (¿ha cogido antes el trozo de sandía, verdad? Si no, todo esto es para nada). Dele un bocado. Sienta el frescor, el sabor intenso, que la sandía es de un huerto que tiene en Conil el frutero de su calle. Y ya, déjese ir. Escuche el rumor de las olas, la música que llega del chiringuito al que después irá a tomarse un digestivo. Levante un poquito la cabeza y mire esos cuerpos, que ni en Ibiza oiga. Métale mano. Al tupper, digo. Otro trocito de sandía. No se la coma toda, deje algo para después del bocadillo de tortilla. Pasa el latero. Levántese ligerito, que se pasa de largo y tarda en volver. Su latita de tinto de verano. Qué buen invento. Ya ha comido. Un bañito rápido, antes de empezar a hacer la digestión, y recupere la postura en la silla. Vuelva a cerrar los ojos y y deje la mente en blanco. Relájese. Más relajado. Más todavía. Está a punto de quedarse dormido, lo que viene siendo traspuesto. Y de repente lo oye. ¡Carmelas, cuñas de chocolate, sultanas de coco! Y ya puede morir de felicidad. Qué razón tenía el que dijo que Cádiz es lo más cercano al paraíso. Bueno, voy a seguir picando piedras.