Los 80 eran nuestros
Actualizado: GuardarAl final nos ha pasado como a los pastores de Pedro y el Lobo. Habíamos escuchado tantas, tantísimas veces lo de «vamos’ patrás’» que cuando nos hemos querido dar cuenta estamos ya atrás, pero atrás del todo. Ha sido un viaje sin frenos, cuesta abajo y más rápido de lo deseado. Poco movido, también es cierto, porque la resignación tiene estos efectos secundarios, y en cierta medida, ha sido como volver a casa, por lo menos para los que ya contamos con más de cuatro décadas de memoria. Hemos vuelto atrás, con menos pelos y más vergüenza, con más quilos y menos prejuicios, vale, pero estamos de nuevo en los ochenta. En aquellos ochenta coloristas que nos dieron la bienvenida en el hall del bienestar, cuando poníamos un pie en Europa y el futuro se escribía con bengalas. ¿Se acuerda?
Los ochenta eran nuestros, y fueron nuestros durante mucho tiempo, tal vez más del que usted y yo pensábamos. Anoche lo tuve clarísimo viendo, por fin, los Costus. Hemos vuelto atrás. Los ochenta, en Cádiz, fueron años en los que el caldo de esa cultura –trimilenaria o como sea– de la que tanto presumimos, arrancó a hervir. Años en los que la política cultural se convirtió en una prioridad para Ayuntamiento y Diputación. Ahí están los centros culturales, aquellos programas que llegaron a convertirse en territorio mítico –Aduana y aledaños–, la frenética actividad de las peñas, de las asociaciones de vecinos, el recuperado carnaval de la calle… En fin. Saben ustedes de qué les hablo.
Los Juanillos formaban parte de ese detallado organigrama de cultura popular que, junto con la Velada de los Ángeles escenificaban perfectamente los dos primeros actos del verano –el tercero y último, con caída de telón, el Trofeo–. Al principio tuvieron gracia y un aire renovador para una ciudad que rebuscaba desesperadamente en su pasado la llave hacia el futuro. La noche de San Juan, el solsticio, la conjuración de los tiesos, llámenlo como quieran, pero reconozcan que en los años ochenta, todo sabía a nuevo, todo olía a limpio, todo parecía recién estrenado.
Lo triste es que todo resultó un hechizo, como la cabalaza convertida en carroza hasta la medianoche. Y llegó la medianoche, y desapareció la Velada y quedaron los Juanillos como algo residual, como un testigo incómodo de una época de la que había que deshacerse. Está tocada de muerte la fiesta. Por mucho que la reanimen con cantos de sirenas, por mucho que la oficialidad siga oficiando la ceremonia del fuego fatuo, los Juanillos entraron en fase terminal hace mucho tiempo. Ahí están los datos, de los veinticuatro muñecos del año pasado, a los trece que mañana arderán a media tarde hay un camino que lleva directamente al ‘game over’.
Porque si algo bueno tiene esta vuelta atrás, si algo bueno tienen las segundas oportunidades es que ya sabemos en qué casilla no hay que caer. Y en este regreso a los ochenta podría estar la clave. Los Juanillos tenían fecha de caducidad, pero el espíritu que los alentó no, y eso es lo que hay que reivindicar. No es tan difícil contagiarse de ilusiones.
Que se lo digan a Tere Torres, que desde su Café de Levante, se ha propuesto recuperar el alma más ochentera de esta ciudad con el primer concurso de relatos cortos ‘Historias del Café’. ¡Ay!, si es que en el fondo los ochenta siguen siendo nuestros.