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UNO DE LA FAMILIA

BOQUERINI
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Hay actores para los que ser secundario es un arte. Esto es lo que siempre hizo James Gandolfini hasta que la televisión llamó a su puerta y le convirtió en uno de la familia. Especializado en malos con estilo, elegantes, a los que su peculiar escala de valores les impedía siempre ser un carnicero de estos que pueblan tantas películas, convertirse en Tony Soprano fue alcanzar el Olimpo de los dioses. Si en los 70 llegó un momento en que nos era muy difícil imaginarnos a un padrino de la mafia sin la voz, el rostro y los suaves modales de Marlon Brando, en este inicio del siglo XXI la imagen del nuevo padrino quedará siempre unido al físico de Gandolfini, un genial jefe Soprano que sabía cómo matar de forma inocente.

La serie ha sido la punta de lanza de esta edad de oro de la ficción televisiva 'Made in Hollywood' de la que disfrutamos actualmente. Una serie analizada hasta la saciedad, de la que se han publicado libros desmenuzándola y que ya es un tema obligado en cualquier facultad de comunicación. A Gandolfini (todo en él, tanto su apellido italo-americano como su físico) le empujó a ser un mafioso de película: matón bobalicón en 'Cómo conquistar Hollywood', matón borracho en 'Mátalos suavemente'. Pero también, como actor eficaz que era, supo recrear personajes positivos como el alcalde neoyorquino de 'Asalto al tren Pelham 1 2 3' o más ambiguos como el general estadounidense de 'In the loop' o más recientemente en 'La noche más oscura', siempre en papeles secundarios. Cualquier director sabía que dando un secundario a Gandolfini, la película estaba salvada en más de un 50%. Su aplomo y presencia ante una cámara, su mirada que parecía inocente, cuando la tormenta iba por dentro, el saber siempre como salvar un personaje, por pequeño que fuese, el dotar de humanidad al más abyecto malvado del mudo, le hizo grande, y la varita mágica de 'Los Soprano' le colocó en la cumbre. Y desde el primer momento su personaje del capo mafioso le convirtió en 'uno de los nuestros'.