
Lucien Clergue con Picasso en alpargatas
El fotógrafo y amigo de Picasso muestra en España las íntimas imágenes tomadas en los últimos 20 años de vida del genio malagueño
MADRID Actualizado: GuardarPara él sigue siendo 'Don Pablo'. Lucien Clergue conoció a Pablo Ruiz Picasso en 1953, cuando el fotógrafo tenía 19 años y el pintor 74. Picasso llevaba tiempo en la cima y se le describía ya como un "caníbal", un ser que fagocitaba a todos en su entono, que con su taladrante mirada levantaba infranqueables murallas de hielo ante quienes no le agradaban. "Conmigo fue todo lo contrario. Don Pablo me abrió su casa, su corazón y su familia. Lanzó mi carrera y me salvó literalmente vida, obligándome a visitar a un médico cuando ni yo no sabía que estaba fatalmente enfermo", dice Lucien Clerge sesenta años después de aquel feliz encuentro.
Es hoy un fotógrafo consagrado, director de la Academia de Bellas Artes de Francia. Trae por primera vez a Madrid las imágenes de aquella rara e intensa amistad que le unió con Pablo Ruiz Picasso hasta su muerte. Y algún secreto. "Picasso trató con Franco la posibilidad de regresar a España", revela en su guasón español andaluz aprendido en Coria del Rio. Repasa Clergue aquellos años felices en los que compartió con Picasso días de labor y noches de juerga flamenca, corridas en Arles y Nimes, intensa jornadas de trabajo y momentos muy íntimos en los diversos domicilios de Picasso por el sur de Francia. Las fotos de Clergue conmueven por su mezcla de naturalidad, sencillez y ternura. Picasso en alpargatas, sesteando o trabajando en su taller, altivo o familiar, abrazando a sus hijos Paloma y Claude, fumando, tamborileando, guitarreando y zapateado en juergas flamencas, acariciando a una encandilada y rendida Jacqueline Rocque, riendo y bebiendo con Cocteau, Luis Miguel, Lucia Bosé y demás amiguetes en terrazas y salones, tomado el sol en la playa o jugueteando con una paloma enjaulada.
La gran virtud de Clergue es ser imperceptible en el medio centenar de imágenes, la mayorías en blanco y negro, que reúne la exposición 'Picasso, mon ami' en el Instituto Francés. Repasan los últimos 20 años del genio que honró a Clergue con su amistad "dejándome hacer lo que quisiera y sin interferencias", explica el fotógrafo nacido en Arlés en 1934 e impulsor de las mítica jornada fotográficas de esta ciudad. La exposición se incluye en la programación de PhotoEspaña que para Clergue es "como una hija de los encuentros de Arlés".
Nexo
El amor al flamenco, la juerga los toros y el horror a la guerra fue el nexo entre Picasso y Clergue. "El pintó el Guernica en 1937 y siete años después la bombas derruyeron mi casa. Yo tenía una reproducción del Guernica en mi cuarto antes de conocerle, y la primera vez que le mostré mis fotos me temblaron la piernas", rememora Clergue. Fue en la plaza de toros de Arlés en 1953, donde le mostró sus fotos de gitanillos ataviados de saltimbanquis y pierrots, de la devastación de un Arlés reducido a cenizas por las bombas de la II Guerra Mundial y de animales muertos. "Don Pablo estaba en la época rosa y le debieron gustar", explica Calergue que tardó casi dos años en ir casa de Picasso en Cannes para trata de recupera las foros y recabar la opinión de Picasso. "Me puse a llorar cuando Jacqueline dijo que Don Pablo, que se levantaba a las doce, me vería a las doce y media".
Pronto tendría carta blanca para deambular por sus casas y talleres armado de su aparatosa Rolleiflex de seis por seis. Un privilegio que Picasso no concedió a muchos de los grandes fotógrafos con los que trató, maestros como Cartier-Bresson, Doisneau, Brassaï. "Picasso era un misterio que en muchas fotos aparecía triste, quizá por estar a sus cosas. Se levantaba a las doce, leía los diarios y el correo, comía, se reunía con sus amigos y trabajaba hasta las cuatro de la madrugada", describe Clergue que lo recuerda como "un hombre fuerte, triunfante, vulnerable, tímido, hastiado, goloso, y encantado de vivir".
Clergue se tornó en un fantasma invisible capaz de retratar a ese Picasso intimo, risueño, divertido y volcánico oculto bajo su máscara de seriedad. "Sabíamos que había momentos de mal humor, que hizo sufrir mucho a Jacqueline", admite Clergue, testigo directo de alguna infidelidad y de la debilidad emocional de aquella mujer entregada sin remedio al genio. "Era la mujer perfecta para él y solo la enfurecía no haber tenido hijos con Pablo, que se empeñaba en que yo tuviera una hija". "Jamás aceptó la muerte de Picasso. Pasó quince noches junto a su cadáver y jamás se recuperó. Cuando volví a verla, cinco años después, consumida por el alcohol, conservaba su pijama en la cama y un libro mío en la mesilla. Me mostró una pistola y dijo que era para defenderse. Supe desde es instante que la utilizaría para suicidarse, y así fue".
Cree Lucien Clergue que aún quedan secretos en torno a de Picasso, muerto en 1973, que saldrán a la luz, y que el ello tendrá un papel crucial su biógrafo estadounidense. "Hubo algún tipo de aproximación, de contacto entre Franco y Picasso, que estuvo muy cerca de regresar a España, pero no bien sé lo que pasó. Las claves las tiene John Richardson que está escribiendo su biografía y podrá aclararlo", explica. Con la voz quebrada, evocó un momento muy especial cuando Picasso se acercó a la frontera de España cerca de Perpiñán. "Estuvo en silencio quizá una hora, mirando a su país, al que creo que le habría gustado volver".
En su charlas con Clergue, Picasso le hablaba sobre todo de su estancia en Barcelona durante su juventud, "del nauseabundo olor de la casa de su portero, que hacia cuerdas de guitarra con tripas de gatos muertos, de una prostituta a la que le faltaba una pierna; de cosas surrealistas la verdad".