Cuatro azares
Actualizado: GuardarTres copas apenas verdes a trescientos metros. Esa es la vista que tengo desde mi ventanal lacado en blanco. Cojo al azar cuatro tomos de la biblioteca que resume mi otra vida. Busco en ellos la interpretación de la que adviene. Abro el primero por la página 179 y leo: «Extendida y silenciosa yace la medianoche./Dos grandes cascos de barco, inmóviles sobre el pecho de la oscuridad./Nuestro navío, a la deriva, se hunde lentamente. Preparaciones/para pasar al que hemos conquistado./El capitán, en el alcázar, da fríamente sus órdenes, muy compuesto/aunque lívido como un muerto». Cierro el tomo y escojo al azar: «Aquí tienes al hipócrita que a veces ruge como temible león. Pude arrancarle los miembros y dejarle pudrir en el bosque/para que le devoraran los pájaros; pero preferí dejar el lugar./ Sin embargo, como tigre me siguó. Volví a vencerle» (página 151). El tercer libro, es más fácil de adivinar. Página 227: «El adivino, que había comprendido lo que sucedía en el alma de Zaratustra, se pasó la mano por el rostro como si quisiera borrar las señales que en él había; Zaratustra, por su parte, hizo lo mismo. Cuando se hubieron fortalecido y repuesto mutuamente, se dieron la mano para indicar que querían reconocerse». La bella factura del cuarto volumen hace sospechar que fuera de ‘Dos Mil Locos Editores’: La ‘V’ de su portada remeda la ‘A’ que pintaban no hace tanto los jóvenes anarquistas en los muros de Berlín, mientras que el rostro burlón que ahora se asocia al movimiento indignado, reposa con el mismo rictus de siempre. Detrás, puede leerse una cita: «No cederé en el Combate Mental, no dormirá la Espada en mi mano, hasta que Jerusalén se haya alzado, en Inglaterra, sus verdes felices tierras».
Puede que sea el fatum y todo estuviera pre-escrito o quizá fuera el subconsciente freudiano, que hubiera hecho anidar en mí el deseo de aunar cuatro textos diferentes y exprimir de ellos el jugo de una opinión. Leamos los cuatro fragmentos amparados por la vista de las copas apenas verdes de mi ventanal. Son nuestro futuro, presente y pasado: La crisis de las instituciones de todos los ámbitos. Nuestro capitán dice saber lo que hace y lleva la moribunda nave hacia el horizonte, esperando encontrar un islote con abundante agua potable y sombra para descansar y morir. La hipocresía. Va y viene, lucha con nuestra espalda por acuchillarla. Un montón de laicos predicadores mintiéndonos desde sus púlpitos oficiales, diciéndonos que ahorremos para una vida mejor que, sin duda, ha de ser la suya propia. Y entonces descubirmos al orate del desierto, la antigüedad de nuestros ropajes, que nos demuestra que hemos madurado quizás demasiado tarde, cuando las fuerzas han huido de nuestro corazón. Nos cuesta reconocer el propio reflejo en el espejo y tan sólo averiguamos cómo nos llamamos mirando el amarillento papelito del buzón donde ya no llegan más cartas que las del banco, reclamándonos las cuotas debidas sin reconocernos que nos han estado robando en nuestra cara durante décadas con cláusulas abusivas y falta de información.
Y entonces, conocedores o no de los cuatro azares que han traído este pensamiento, se levantan los jóvenes, manipulados por los que quieren vivir de sus cotizaciones, y protestan contra todo, alientan la revolución pacífica –la paloma agonizantemente blanca– deseando que en un mundo de triste mediocridad la urna que tenga más importancia sea la electoral. Y no la funeraria. Sin saber que Dylan se equivocaba al ubicar la respuesta en el viento: todo nuestro presente está ya escrito en los libros de la historia, anhelando poder repetirse, para nuestra desgracia.