crítica festival de danza

El triángulo más vanguardista

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Cuando el talento alcanza niveles propios de la perfección más pura y técnica, no son necesarios muchos más recursos escénicos para encandilar a todo el que se precie a valorarlo. Y así se hizo plausible anoche en nuestro teatro de la mano del mejor flamenco actual, que lleva por nombre Rocío y Rosario, y por sangre los aires de Málaga y de Triana.

Escenario a oscuras, unas cuantas lámparas, un sillón, un par de taburetes, una guitarra... y ella, Rocío, capaz de vestir toda esa desnudez con uno solo de sus precisos braceos. Y con eso basta para atraparte en su danza única, virtuosa, insólita, versátil, dinámica, fresca, impecable. Perfecta. Danza que comienza a interpretar con una guitarra, acariciándola con sus pies descalzos, abrazándola y amoldándola a su cuerpo pequeño, haciendo gala del dominio de los movimientos más contemporáneos que ejecuta acorde con la vibración lúgubre del contrabajo. Al arte de la cuerda y el movimiento se le suma seguidamente el de la voz con el quejío desgarrador de la Tremendita, melismática, polivalente; y la conexión entre ellos se hace tan palpable que hasta duele, te estremece y te engancha hasta el final, en el hilo de un espectáculo que basa su argumento en la búsqueda de la sencillez y la intimidad, reflejándolo a través del cante y baile por bulerías, soleá, peteneras, rumbas, guajiras o tangos, estallando en estos últimos la bailarina en un derroche de sensualidad con el juego de su camisa, con el vaivén de sus caderas, con la magia de su gesto. Todo ello ejecutado con la seguridad cómplice que sólo se obtiene de horas de ensayo y trabajo, y en el que se intercalan susurros y pequeños detalles emocionales de los que se desprende la pretensión de reflejar la grandeza de las cosas pequeñas, el valor infinito de los afectos, que nos proporcionan, como en la obra de Molina y Rosario, momentos de pena y de alegría, de angustia y de paz... sensaciones fácilmente transmitidas por la magia del duende que Rosario atesora en su garganta, por el aire de las manos de Pablo Martín, y por el ángel de la que lleva el peso de la escena y nos hace vibrar el alma con un baile tan técnico como desenfadado. Duende en la voz, aire en las manos, y ángel en el cuerpo son los tres vértices de un triángulo de talento, que precisa del encuentro del espectador con sus sensaciones más íntimas para hallar la fórmula de su perfecta medida: la valoración sencilla y natural de los afectos a través del arte, para encontrar la grandeza de nuestra propia felicidad.

Afectos

Baile y coreografía. Rocío Molina.

Música. Rosario La Tremendita y Pablo Sánchez (contrabajo y loops).

Cante y guitarra. Rosario La Tremendita.

Cuándo y dónde. Teatro Falla. Jueves 13 de junio. Tres cuartos de entrada.