CUATRO HORIZONTES
Actualizado: GuardarAsumir la responsabilidad simbólica, mitológica, de haber nacido en Cádiz, la cuna de la Civilización Occidental, nos confiere a sus hijos un cuajo histórico colectivo de carácter excepcional. Nos aporta el peso intrínseco propio de una sociedad aplomada y honorable, capaz de arrostrar los perjuicios generados por los desbarajustes socioeconómicos contemporáneos con la gallarda humildad y la capacidad autocrítica imprescindibles para dejar de comportarnos en clave de cuchufleta sistemática, inculpando al simbólico Olimpo de todos nuestros males. El querer vivir la vida desde la liviandad moral del subsidiado, del chapucero, del parado, merma soberanía a nuestra esencia gaditana, al no comportarnos como defensores de inalienables derechos, reclamados desde el estricto cumplimiento de nuestras obligaciones, revestidos con el innovador ropón ritual del ‘colaborador imprescindible’. A la sociedad gaditana genuina, a ésta que aprendió a vivir amando los paisajes parejos de los cuatro horizontes, por haber mamado de los civilizados pechos de la urbe que siempre ha sido el ‘axis mundi’, se le deben exigir todos los compromisos morales y éticos esenciales y existenciales, propios de los sumos sacerdotes de la honorabilidad productiva.
Siguiendo a Mircea Eliade, que bien perfila las lindes entre el mundo sagrado y el profano, debemos autoexigirnos una conducta simbólica, un ejemplarismo y una ejemplaridad, que proyecte de nosotros una imagen de matriz y eje de la humanidad y el humanismo, porque habitamos en el espacio sagrado de la Bahía de Cádiz, uno de los más densos reductos del mundo de la filosofía atmosférica del ara basilical. El proyectarse como la ‘imago mundi’, ritual y mitológica, edificada sobre un territorio sacro, sobre un espacio cósmico capaz de convertir en ordenado lo caótico, supone echarse al hombro un saco de guijarros.
De los pueblos sumerios, ilustradores de nuestra civilización primigenia, debemos respetar su ‘ritual de construcción’ consistente en hornear un ladrillo votivo ilustrado por textos que soliciten a los hados la autorización para edificar sobre el solar de la madre tierra, ‘Nammu’, una nueva vivienda para el alma humana. Una casa concebida como un templo, ‘E’, en cuyos muros de ladrillo se insertan los conos floridos de terracota tradicionales que los dignifican como espacios transitados por todos los símbolos inherentes al mundo de lo sagrado y su prodigioso porvenir material, profano.