Tres platos
Actualizado:Como todos los lunes, a primera hora, tocaba Lengua Española. El Hermano Casiano ponía todo su interés en despertarnos. Con gran empeño y maestría nos explicaba la diferencia entre los verbos transitivos e intransitivos, y nos adiestraba para poder conjugar los verbos irregulares. A muchos despertó el interés por los libros. Ya sacados del sopor mañanero, tocaba el turno al Hermano Justo, y sus Matemáticas, Física y Química. Entre nosotros nos preguntábamos cómo podía saber tanta ciencia. Cuestionarlo todo era su lema.
Al llegar las once menos cuarto, algún que otro vientre daba la voz de alerta de manera ruidosa. Restaban unos minutos para el desayuno. Con el sonido de la campana del recreo nuestros estómagos empezaban a destilar jugos gástricos, al más puro estilo Paulov. El sr. Rafael, el que regentaba el bar, ya tenía preparados los bocadillos. Nada de papel film o de aluminio, el tradicional papel de estraza. No teníamos elección. Si te gustaba el chorizo, te tocaba de mortadela, si tus gustos derivaban al salchichón, mortadela. Si en tu imaginación deseosa aparecía algún extraño fiambre, te tocaba el de mortadela, y para colmo sin aceitunas. El toque de equilibrio nutricional, acorde a la edad de la clientela, lo ponían unas parihuelas metálicas con botellines de cristal, amplios golletes y tapones de papel rígido plateado. Su contenido era leche fresca. Con ello se conseguía el aporte alimenticio lácteo de la mañana.
Entre bromas y carreras dábamos buena cuenta del opíparo desayuno. Ya repuestos de la hipoglucemia, más de uno retornaba a clase con un halo circular blanquecino en el labio superior, resto de la ingesta del destilado vacuno.
Han transcurrido cincuenta años, el recorrido de nuestra sociedad en derechos y logros de bienestar ha sido ascendente e imparable. Es triste que en pleno siglo XXI tengamos que garantizar tres comidas diarias a miles de niños andaluces, cuando esos mismos que legislan esa norma se han subido las dietas de tapadillo, con nocturnidad y alevosía. Los mismos que en otros parlamentos subvencionan menús muy equilibrados a precios ridículos e incluso financian gin-tonic. La malnutrición infantil ha subido en nuestro país a niveles propios de países casi en vías de desarrollo. Un tercio de los niños acuden a clase cada mañana sin el aporte calórico adecuado, o no han desayunado o no cenaron la noche anterior. Las organizaciones no gubernamentales no dan abasto, con más voluntad que medios intentan paliar esta desgracia rencorosa y ruin a la que nos han llevado.
Legislar sobre lo obvio no es más que una forma cínica de aplicar la caridad al más puro estilo del ‘auxilio social’ de la posguerra. No decreten sobre los derechos fundamentales. La vida, la libertad, la seguridad, el trabajo, la alimentación, la salud, la educación, la cultura, nos pertenecen pr derecho propio. Dedíquense a controlar este huerto sin vallado.
¡Qué nos quedará por ver!¡No consintamos que el hambre se apodere de nuestra alma!