LA CORTE CELESTIAL
Actualizado:Los habilidosos artesanos que decidieron ornamentar la maravillosa iglesia de Santa María Tenochtitlan en Cholula, México, sustituyendo las imágenes de los angelotes barrocos churriguerescos por las de inditos pelados a la taza de mirada atónita, se rebelaban contra la concepción colonial de una corte celestial habitada en exclusiva para infantes blancos rechonchos. Desaparecieron los rizos, los bucles hispalenses y salmantinos, las miradas melifluas propias de la condición de la extrema pureza y bondad tópicas. El artista amerindio mexicano comprendió que el aspecto de un ángel no podía distar mucho del que presentaba un mocoso rebelde correteando entre las más de trescientas iglesias de Cholula, entonces en construcción. Tras doscientos años de convivencia con el canon barroco español, decide alzarse contra aquella pauta que obligaba a los seres celestiales a mirar con sumisión edulcorada, más aún dando por hecho que los seres celestiales son lúcidos y de biografía ultimada.
Cuando Martina coge por las orejas algodonadas a su perra ‘akita inu’ y le dice con su elocuencia de dos años, «¡Mochi estás muy guapa!», hace todo un ejercicio de profesión de amor, de admiración, con un brillo en la mirada portentosa, propia de los celestes seres, si bien llena de complicidades y de picaresca. Ambas, niña y perra, son dos bellezas naturales propietarias de miradas agudas, profundas, una racional y otra irracional, con mensaje ecológico compartido. Recuerdo aún, pasados más de veinte años, el día en que mi querida sobrina Violeta probó una aceituna, teniendo entonces, también como Martina, un par de años. La observaba desde lejos sin que ella se apercibiera de ello, mientras dudando le daba vueltas a la aceituna. La probó y su gesto de disgusto fue de una elocuencia dramatúrgica. Al oírme reír, se incorporó a la carcajada sin abandonar la mueca de supina contrariedad. Un prodigio de madurez crítica.
A un niño no se le puede hurtar el patrimonio de la mirada adulta, de la mirada con opinión, de la mirada progresiva azarosa. Un niño es un proyecto civilizado y civilizador en fase de perfeccionamiento para elevarse a sistema amoroso. Aún vive en calidad de corifeo dionisíaco pero con carácter y personalidad, alejado de todo capricho licencioso, de toda manía, para evitar que se convierta en un simio neurótico. Los querubines de Santa María Tenochtitlan contemplan la vida desde una mirada adusta, desde un carácter tierno pero conciso, inquisitivo. Ya sabían, como siguen sabiendo aún hoy, que a la infancia la hemos convertido en un amasijo edulcorado, en una manipulada grey pastoreada caprichosamente, mal educada y llorona, gritona, que mal encarará su porvenir de seguir esta senda de animal doméstico iracundo. El niño merece respeto de adulto digno de respeto, para que llegue a respetarse a sí mismo cuando sea imprescindible. Cuando deba ejercer de ciudadano honrado con pureza infantil.