Sociedad

UN ESCRITOR DE FUSTE

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No sabemos a ciencia cierta para qué sirven los premios literarios, ni siquiera los más célebres y supuestamente reputados de todos, que son esos que se dan en Estocolmo en recuerdo de un tal Nobel, inventor de explosivos, y que dejaron pasar a Proust, Kafka y Joyce, para muchos la Santísima Trinidad literaria del único siglo que hasta ahora han cubierto entero. Tampoco sabemos pues muy bien para qué sirve el Príncipe de Asturias, esa suerte de minirréplica del galardón sueco instigada desde Oviedo para reconocer el talento literario universal.

Sea cual sea su sentido y utilidad, de lo que a este observador y lector no le cabe ninguna duda es de la pertinencia de ponerlo en las manos de un escritor como Antonio Muñoz Molina, que entre los que aquí tenemos destaca por varias cosas, pero sin ninguna duda como literato talentoso y por haber acertado a plasmar en su obra ideas y sentimientos que pueden ser compartidos desde las más diversas culturas y sensibilidades. Lo han premiado los franceses, lo han premiado en Israel, y tampoco le faltan los reconocimientos en esa tierra estadounidense en la que pasa buena parte de sus días. Que alguno cuestione el acierto del premio viene a ser una expresión de esa tirria hacia nosotros mismos que a menudo mostramos los españoles.

Muñoz Molina despuntó en los años ochenta como novelista, gracias a dos títulos, 'Beatus Ille' y 'El invierno en Lisboa', que lo acreditaron como dueño de una escritura de singular intensidad. Una sostenida y coherente carrera posterior, con novelas de pretensión monumental como 'El jinete polaco' o la reciente 'La noche de los tiempos', confirma su competencia en este campo. Pero la escritura de Muñoz Molina va más allá, y casi se antoja más poderosa y necesaria cuando, huyendo de eso que alguna vez ha definido él mismo como la «tiranía de la ficción», explora los territorios del ensayo y el recuento de historias reales, como ejemplifican títulos como 'Sefarad' o el que ahora mismo es su último libro publicado, 'Todo lo que era sólido'. Ambos lo acreditan como un escritor que piensa y que se implica, y que sabe convertir ambos ejercicios en valiosos textos literarios. No es una habilidad que se predique de todos los miembros del gremio.

Prosista de fuste, como su admirado Onetti, es un más que digno Príncipe de Asturias. Signifique eso lo que signifique.