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GRANDE ENTRE LOS GRANDES

Antonio Ares Camerino
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Tardó, pero mereció la pena. En noviembre de 2010, por derecho propio, el flamenco entró en la distinguida lista de elementos que son Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, reconocido por la Unesco.

Ahora le toca el turno a la Real Academia de la Lengua Española. Es el momento de reconocer que este cante, que es una forma de entender la vida, tiene una riqueza de lenguaje de identidad propia. Para ‘Demófilo’ (folclorista y padre de los escritores Antonio y Manuel Machado) era el menos popular de todos los cantes populares.

Anglicismos, modismo, términos referidos a las nuevas tecnologías y a las novedades en las formas de comunicación, son incorporados con prontitud al acervo del lenguaje cotidiano. Muchas veces con la misma rapidez con la que caen en desusos, al más puro estilo de una moda efímera y pasajera. Sin embargo, el argot del flamenco no parece interesarle mucho a esta institución tricentenaria.

En cambio, términos arraigados al fecundo árbol del flamenco que echan sus raíces en esta tierra andaluza quedan desamparados del más merecido reconocimiento lingüístico. De ese gran tronco que es el flamenco nacen sus grandes ramas, la soleá, la seguiriya, el tango y el fandango. De ahí surgen más de doscientas formas de cantar a la vida, de expresar penas y alegrías, de filosofía del vivir en estado puro. Términos que no aparecen o se confunden con otras acepciones. Por palos se define, en su acepción undécima, «cada una de las variedades del cante flamenco». La bambera, el toque, la toná, las trilleras, la media granaina, el taranto, el mirabrás, el rajo, los caracoles, la bandolá, no figuran en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Otras como el tango, la cantiña, la guajira, la milonga, la vidalita y la rumba, se confunde con versiones hispanoamericanas.

Ni aparecen alboreá, cabales, caña, carcelera, corríos, debla, jabegote, jabera, liviana, mariana, minera, rondeña, rosas, tarantas, toná, farruca, galeras, polo, ni siquiera zorongo.

Su música no se aprende, se siente. Su compás no es una forma de interpretar, es el latido de un sentimiento que sale sin pensar. Sus letras, poesía en estado puro, filosofía popular, de la de verdad.

No existe cante, como el flamenco, que mejor se adapte a la poesía. Como ejemplo este fragmento que pertenece a una obra de teatro, el complejo drama vanguardista ‘Así que pasen cinco años’ con el que Federico García Lorca subtituló ‘La Leyenda del Tiempo’, que popularizó Camarón y versionó Enrique Morente, y supuso un antes y un después en el flamenco.

‘El sueño va sobre el tiempo

flotando como un velero

nadie puede abrir semillas

en el corazón del sueño’.

‘No hay cante grande ni chico. No hay cante chico ni grande. No hay cante chico ni grande. Depende de quien lo diga. Y también como lo cante’.