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Entrevista en 2010

«Habría preferido morirme yo a que la violasen a ella»

Habla María del Carmen García, la vecina de Benejúzar que, cegada por la sinrazón, quemó vivo al violador de su hija

ARTURO CHECA
ALICANTEActualizado:

Tres vidas rotas. Cuando 'El Pincelito' agredió sexualmente a Vero, una niña de 13 años, algo se quebró en la mente de su madre. Lo quemó vivo durante un permiso carcelario. Ahora espera que hable el Supremo. «Ojalá siguiera vivo»

Podemos juzgar el corazón de una persona por la forma en que trata a los animales». Lo dijo el filósofo Immanuel Kant, no un cualquiera. 'Íker' adora a su dueña. El rechoncho yorkshire terrier sigue cada paso de Mari Carmen por casa mientras arrastra de acá para allá un hueso de roer casi tan grande como él. Si su marido se lo quiere llevar en la furgoneta familiar, ella tiene que simular que lo acompaña para que el perrillo acceda a subir en el asiento delantero. 'Alicia' y 'Rocky' parlotean y silban en el patio de entrada a la vivienda unifamiliar. Las dos ninfas ahuecan sus plumas cuando ella se acerca a hacerles carantoñas. Vecinos de jaula, dos canarios compiten en gorjeos. Mari Carmen aún no les ha puesto nombre.

Lo dijo Kant. Y tras pasar un día junto a María del Carmen García, la vecina de Benejúzar que, cegada por la sinrazón, quemó vivo al violador de su hija, dan ganas de proclamar a los cuatro vientos que es una buena persona. Una madre rota, un ser humano con debilidades como cualquiera que enloqueció al ver frente a ella el rostro de Antonio Cosme 'El Pincelito', el hombre al que hacía en la cárcel y que agredió sexualmente a punta de navaja a su niña de 13 años en un descampado del municipio alicantino. El Supremo dirimirá el 25 de mayo si merece o no pasar nueve años entre rejas.

Fue a las 10 de la mañana. A las 10 de la mañana del 13 de junio de 2005. A esa hora se quebró definitivamente la mente de Mari Carmen, una mente ya hecha jirones en octubre de 1998, cuando 'El Pincelito' forzó a Verónica. Los años transcurridos no han borrado de su memoria las imágenes de su hija entre llantos, ensangrentada, humillada. Aún no se perdona que todo ocurriese cuando la mandó a comprar el pan.

A las 10 de la mañana del 13 de junio de 2005 esperaba el autobús junto a la casa familiar. Oyó una voz trágicamente conocida. «Buenos días señora, ¿qué tal sus hijas?». 'El Pincelito' estaba en la calle tras cumplir siete de los nueve años de cárcel. Nadie había avisado del permiso penitenciario a sus víctimas. 69 años, albañil retirado y vecino de la familia de toda la vida, de los de «hola y adiós». Mari Carmen García le miró por última vez a los ojos. A las 10 de la mañana del 13 de junio de 2005. Después, fogonazo en su mente. Fundido en negro en su memoria.

«Aún no sé qué me pasó. No recuerdo nada más. Cuando reaccioné estaba ya en el puerto de Alicante». A 60 kilómetros de su pueblo, casi 12 horas después, vagando por la capital y sin saber aún cómo llegó allí, intentando introducir un billete de cinco euros por la ranura de las monedas de una cabina para llamar a su hija, repitiendo sin sentido la flagelante frase de 'El Pincelito'. Fuera de sí la encontró la Guardia Civil.

Tres intentos de suicidio

Los ojos de Mari Carmen amenazan con desorbitarse mientras se explica en el salón de su casa de Benejúzar. De repente, esta mujer de 56 años enmudece. Verónica, sentada a su lado en un sofá crema de tres plazas, no le quita ojo ni un segundo. La joven de 25 años es consciente de las siete pastillas para los nervios que cada día toma su madre y del tratamiento psiquiátrico que sigue desde que ella fue violada. Cuesta discernir cuál de las dos lleva más sufrido. Toca calmarse. «Venga, madre, vamos a fumarnos un cigarro y seguimos platicando».

La Justicia ha llenado el vacío en la mente de Mari Carmen. La sentencia que le impuso nueve años de prisión por asesinato reconoce que la mujer sufrió un trastorno mental transitorio. Pero la resolución considera que sabía lo que hacía y que buscó acabar con la vida de 'El Pincelito'. El relato de Mari Carmen habla de una autómata, de una madre desesperada que cruzó casi a ciegas la avenida Juan Carlos I, la vía que separa la parada del autobús de la gasolinera. Allí llenó de combustible una botella de plástico de litro y medio. Sus pasos ausentes la guiaron hasta el bar Mari. Apenas unos metros más allá, en la misma calle, Antonio Cosme tomaba café en la barra. «¿Te acuerdas de mí?», dicen los testigos que preguntó ella. «Yo no tengo nada que hablar con usted», respondió 'El Pincelito'. Gasolina derramada. Una cerilla ardiendo. Y el infierno. «Para que no me olvides», fue la sentencia que otros clientes ponen en boca de Mari Carmen.

Para ella, todo ese tiempo es oscuridad, vacío, incomprensión. «Si mi cabeza llega a estar bien, yo no mato a una persona. Si pudiera volver atrás, lo dejo vivito y coleando, lo juro por el de arriba». Y señala al cielo. A su boca vuelve el ultraje, la afrenta que nunca olvida, la herida que aún sangra en el alma de madre e hija. «Hubiera preferido morirme yo a que la violaran a ella...». «¡Madre, no digas eso!». Verónica parece tan fuerte, tan firme, que algo chirría.

Ahora es Mari Carmen la que mira con ojos graves a su Vero. Revive las veces que su hija ha jugado con la vida. Hasta tres intentos de suicidio. «No tenía otra cosa que hacer y me dije, ¡voy a tomarme unas pastillas!». La joven ríe. Una sonrisa dramática. Luchar o caer. «O me hago fuerte o me muero, una de dos». Comprender por qué ella, imposible. «Buscas maneras de entenderlo. Aún no lo he conseguido». Pasar página, utópico. «No confío ni en los zapatos que llevo puestos». Perdonar, irónico. «Cuando me muera no quiero que me entierren en Benejúzar. No quiero ni compartir cementerio con él».

Madre e hija viven casi encerradas en casa. «El pueblo me dio la espalda. Hasta los que creía mis amigos. Ahora puedo contarlos con una mano. A mí no ha venido aún nadie a pedirme perdón», lamenta Verónica. «Eso no es verdad, Vero. Hay gente que nos aprecia». La joven lleva aún clavado que muchos jamás la creyeron cuando levantaron el dedo acusatorio contra Antonio Cosme. Ni siquiera cuando las pruebas genéticas corroboraron la agresión. Denostadas por meter en la cárcel al 'Pincelito'. Mari Carmen iba al mercado al alba para cruzarse con los justos. «A mí me ha llegado a decir una vecina: Si eso le pasa a una niña mía, entierro el asunto, no se entera nadie», recuerda Mari Carmen. Ecos de la España profunda.

«Pagó dos veces su delito»

Una familia, un pueblo, divididos entre el rechazo y la comprensión, entre manifestaciones en contra de la condena al violador y las firmas en apoyo a Mari Carmen y Vero. Hasta 6.000 euros de dos ciudadanos anónimos ha recibido la familia para sacar adelante la pelea judicial. Los 550 euros de la pensión del marido no dan para mucho. Francisco deambula por la vivienda. Ausente, con la tele puesta y la mirada perdida en un reportaje de 'España Directo'. El albañil tampoco es el mismo desde la violación. Un cáncer tiene la culpa. Se lo diagnosticaron poco después de aquello. La vida nunca golpea una sola vez. Otra sombra en el rostro de una madre. «Mi cara era antes toda alegría. Y eso que he criado a cuatro hijos yo sola. Mis chiquitos lo eran todo para mí».

A la pequeña de la casa le robaron la inocencia demasiado pronto. Ensombrecida, endurecida, apenas con algunos destellos de alegría juvenil, con la violación emparedada tras un muro de silencio. Critica que a su agresor no le impidieran acercarse a ellas durante su permiso. «A mi madre sí le han puesto orden de alejamiento y a él nada». Mari Carmen se refugia en su casa, en sus hijos, en sus dos nietos. En su fe. Imágenes del Cristo del Gran Poder y la Virgen de la Almudena en su mesita de noche. Y de su Virgen del Pilar de Benejúzar. «Lo que más me duele es llevar cinco años sin ir a la romería». Presa sin sentencia.

El del Supremo no es el único frente judicial pendiente. Un juez de Alicante dirimirá en unos días si la viuda y una hija de Antonio Cosme cometieron un delito al vender su casa para no pagar indemnización alguna a Vero. Los allegados al 'Pincelito' no callan. «Pagó dos veces su delito. Primero con la cárcel. Más tarde, con la vida. El segundo precio fue demasiado alto». A Mari Carmen le duele el dolor causado por su acto ciego. También a los suyos. «Yo le clavé otra espina a mi familia. Yo no estaba bien. Si no, soy incapaz de hacer daño a nadie...», repite y repite. Se agacha para acariciar a 'Íker'. Y levanta una mirada llena de vértigo cuando se le pregunta qué espera del Supremo. «Que piensen lo que pasa por la cabeza de una madre cuando se topa con el violador de su hija. Confío en la justicia. Pero si hay que ir a la cárcel, pues iré. Ya me sacará mi hija, que para eso va a estudiar Derecho. No digo que sea injusto, pero...». María del Carmen García parece una persona buena.