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Noche de letras en la Marina

Julio Malo de Molina
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Cuando una librería se cierra la ciudad se hace más pequeña, así comenzaba mi apresurada nota tras escuchar en el Baluarte de La Candelaria, desde cuyas aspilleras se contempla una bella vista luminosa y redonda de la Bahía, sugestivo ámbito para la Feria del Libro, que al filo de llegar a centenaria iba a cerrar la Librería de la Marina. Abierta en 1917 en los bajos de una bella casa isabelina con primorosos cierros de elegante carpintería y vidrios curvos, en pleno corazón de la zona comercial de la Ciudad Antigua, aún conserva su portada original y un delicioso aroma a papel viejo y a historias interminables. Teresa García Viruega, librera de casta y de vocación me cuenta que la montó su abuelo Santiago García Castellón y en el negocio continuaron sus hijos, luego fue Juan, hermano de Teresa, quien mantuvo vivo tan entrañable lugar ya patrimonio del paisaje de la ciudad, entre 1987 y 2001, año en que fallece y el Grupo Quórum toma el relevo hasta ahora. Muchos gaditanos compraron allí su libro de cabecera, tal vez un poemario de Rilke, relatos de Borges o una novela de Kipling, sin contar con los alumnos de Náutica que siempre encontraban las Cartas del Instituto Hidrográfico. En el libro ‘Mis Peripecias en España’ Lev Trotski cita que durante su estancia en Cádiz frecuentaba una librería en la calle San Francisco, y algún cronista sostiene que se trataba de ésta. No pudo ser así, el filósofo ruso pasó por Cádiz en 1916, antes de participar en la Revolución Soviética, pero ‘se non é vero, é ben trovato’, lugares con tanta solera acumulan leyendas reales o noveladas.

Alguna vez de cuantas la he gozado como se saborea un lugar pleno de aventuras y conocimientos, recordé ‘Noche de Guerra en el Museo del Prado’, obra dramática de Rafael Alberti cuyo libreto pude comprar ahí mismo. Ambientada en noviembre de 1936 cuando la pinacoteca sufría constantes bombardeos de la aviación alemana, los personajes de conocidos cuadros se aprestan a proteger el imponente caserón de Juan de Villanueva y sus tesoros. Felipe IV y su bufón, Venus y Adonis, las figuras de Goya en ‘Tres de Mayo’, entre tantos, se afanan al grito de: ‘¡Picos, palas, sacos terreros!’ Tal vez cuando ya de noche este Templo de las Letras cierra las barajas, sus héroes de papel también cobran vida. Posiblemente Guillermo Brown y Jim Hawkins escuchen los nuevos embustes encantadores de Long John Silver sobre La Isla del Tesoro sentados al filo de un anaquel, mientras que sobre el mostrador Helene Hanff escribe a Mark & Co, libreros de Londres para pedir la buena literatura inglesa que no encuentra en Nueva York, y un grupo de jóvenes poetas escuchan consejos de Catulo, ajenos a las peripecias de Sandokan, y al acalorado debate sobre ética entre Platón y Fernando Savater. Teresa me asegura que aún después de clausurado el establecimiento, ella abrirá cada día las barajas y los escaparates aún recogerán a los revoltosos de cada noche. Ya que no fue posible la librería centenaria, que al menos la ciudad conserve su recuerdo.