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Puppet on a string

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En el diccionario hay palabras cuneras, huérfanas de etimología, que sin dote patrimonial fueron adoptadas por la onomatopeya y criadas como hijas legítimas de la anécdota. Son muchas –no se crea que nuestra lengua viene toda de la pata del Cid– y las usamos tan a diario y con tanta frecuencia que en ocasiones disfrazamos sus pobres orígenes de pretencioso cultismo. Ejemplos tenemos todos los que quiera, pizpireta, enchufe, bárbaro, títere… Títere, según la Academia, es un muñeco que sólo se mueve a las órdenes de quien lo maneja por medio de hilos o de otro procedimiento aún más sutil. Por extensión, un títere es una persona que se deja manejar por otra, un asunto de poco fundamento y alguien que actúa de manera ligera y superficial. En fin. Eso es un títere. No es un término tan sonoro como el puppet anglosajón, ni tan elegante como el marionette francés, ni tan elocuente como el fantoccio italiano, pero es lo que tenemos. Títeres manejados por titiriteros.

Esta semana se ha inaugurado, por fin, el Museo del Títere en nuestra ciudad, con un cartel magnífico –para que luego me digan derrotista– y con una exposición que pretende invertir el significado de la palabra, ya que como afirma Ismael Peña, –sí, aunque le suene surrealista, es el de la Banda del Mirlitón– antiguo propietario de la amplia colección que se exhibe en el museo, «los títeres eran la voz de la calle, que los utilizaban para gritar lo que el pueblo no se atrevía a decir». Contradictio in terminis y otras cosas aparte, casi trescientas cincuenta marionetas se muestran en la exposición ‘Títeres del Mundo’ con la que se inaugura el esperadísimo museo que nos convierte oficialmente y de cara al mundo en ‘Ciudad de Títeres’, título que ya ostentábamos en la clandestinidad desde hace ¿cuántos? años, desde que dejamos que fueran otros los que movieran nuestros hilos, los que nos impulsaran arriba o abajo según sus caprichos, los que pusieran voz a unos sentimientos que nunca tuvimos… ¡Ay! Like a puppet on a string, que cantaba la empalagosa Sandy Shaw.

No se lo pierdan, en cualquier caso. Está bien esto de hacer de la debilidad fortaleza, y del defecto virtud. Tal vez en esto de los títeres nos reconozcamos más y mejor los gaditanos que en los tres mil años de historia que nos siguen contemplando y puede que al reclamo de las marionetas seamos capaces de atraer a las moscas a nuestro panal de rica miel. Siempre he pensado que de los festivales varios que se celebran en nuestra ciudad es quizá el del títere el que mejor aguanta los envites del tiempo, de la crisis, del cansancio, de la edad, supongo que porque es capaz de trasportarnos a un mundo de irrealidad donde los únicos muñecos no son los espectadores y donde somos capaces de reconocer a la mano que mueve los hilos.

Sí. Nos gustan los títeres por ese magnetismo que tiene el realismo mágico. Nos gustan los títeres porque a la Tía Norica la sigue cogiendo el toro cada vez que se planta sobre el escenario y porque siempre es igual, pero siempre es distinta. Y porque hasta ahora no hemos sabido sacarle partido a uno de nuestros iconos culturales, ha llegado el momento de hacerlo. Aunque sea acompañada de trescientos muñecos intrusos, es la hora de sacarle partido al testamento que nos deja en cada representación con las entradas agotadas. Quizá sea el momento de programar representaciones semanales, para turistas, para colegios. El momento de invertir en merchandising, el momento de que nos conozcan por otros títeres que no seamos nosotros mismos.