El fantasma de Sharp
Actualizado:Cuando el montañero David Sharp le dijo a su madre que partía a subir al Everest y vio el color del que se le puso la cara, la quiso tranquilizar diciéndole que en esa montaña nadie está solo. «Mamá, hay gente por todos lados». Se equivocó a medias. El 15 de mayo de 2006 tuvo problemas a 300 metros de la cumbre. No podía respirar y no tenía oxígeno, así que se echó en una oquedad a esperar algo, nadie sabe muy bien qué. Se recostó al lado de 'Botas verdes', el cadáver de un escalador indio que cayó en ese mismo punto en 1996, con las mismas botas que hoy en día sirven de referencia a los alpinistas. Al menos 40 personas pasaron por delante de él sin abandonar, al ayudarle, su oportunidad de tocar el techo del mundo. Bajar a un hombre que no puede andar desde esa altura es una locura; no intentarlo, una indecencia. Sharp quedó sentado en la nieve junto a un muerto viejo y viendo a los demás pasar, solo en compañía de muchos, que es la peor manera de sentirse.
Con el 60 aniversario de la primera coronación de la montaña, Sharp ha vuelto hecho fantasma a tocarme en el hombro con su anorak, sus labios morados y su respiración pesada y sibilante. Ha venido a recordarme que nuestros logros están supeditados a lo que dejamos en la cuneta de camino a la cima. Todo lo demás son números, hojas de Excel, declaraciones en rueda de prensa, peloteo de ganadores en un afterwork de a doce pelotes el gintonic de cardamomo. Filfa. Este país subirá de nuevo a la cumbre, eso no lo duda nadie. Los niños comerán de nuevo tres veces al día, me refiero, y habrá un puñado de gente que volverá a nadar en pasta. Tarde o temprano noquearemos al bastardo -que diría Edmund Percival Hillary-, pero ¿a qué precio? Quizás para cuando llegue la primavera los campos estén cubiertos con una capa uniforme, gris y templada de dos palmos y medio de plomo. Quizás entonces sólo florezcan las malvas junto a las cruces de los cementerios y tengamos que jugar a que no recordamos a los muertos. Otra vez.