doctor iuris

Los muertos

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Entendiéndose no como expresión injuriosa, vejatoria y/o resignada, expresada con más o menos acento caletero por: a) portavozos o portavozas de la partido opositor; b) indignados abonados al pleno (con o sin carnet de afiliación política) o simplemente, c) asociaciones procastristas (es decir, pro Rubén Castro) sin ánimo de lucro, creadas para el defenso de génera de los derechos inalienables del pueblo chavizta. Hablamos de otro tipo de caídos por la patria, concretamente de los ‘muertos’ dejados por el camino, por Teófila, los cadáveres imputrefactos no necesariamente insertos en un cajón, armario, alcancía o arcón; los cuerpos calcinados que pasaron de alcaldable a concejal y de ahí a la nada, si es que puede llamarse nada a un carguito en cualquier administración paralela o perpendicular que pueda crearse con o sin fondos de la Unión Europea.

Todo comenzó con Kadi City. Early 1997, un joven profesor de Filosofía dibujó en una magnífica chirigota machista, totalmente contraria a la igualdad y la paridad de género y génera, la llegada de un vaquero a la ciudad de la que Carlos Díaz ya no era el baranda, acuchillado doce veces por sus Brutus de la rosa. Allí mandaba Sherofila y olía a Chanel. Qué denigrante estereotipo carpetovetónico. Qué falta de olfato (era Carolina Herrera). Qué recuerdos: mi hermanito de diez años recitando la letra de carrerilla. Sí, ahí comenzó todo para Martínez: si te citan en el Carnaval de Cádiz, estás en el mundo, y ella llegó para no marcharse jamás, convirtiéndose en un icono de la idiosincrasia carnavalera: Paco Alba, el tío la tiza y Teo, Teo, Teo, «hasta el nombre lo tiene feo».

Ayer cumplió Martínez dieciocho años como alcaldesa de Cádiz. Solo. Dieciocho años aguantando chaparrones en el Falla, descabezando candidatos socialistas en los plenos y en las urnas, soterrando kilómetros (a priori imposibles), aplastando a taconazos sus delfines convertidos en tiburones, creando en sus adversarios políticos tal sensación de hastío y resignación que hasta los socialistas de toda la vida reconocen que en las locales la votan a ella, como todo el mundo. Dieciocho años echándose al ring, como Rocky Marciano; intercambiando jabs con ministros de Fomento y ministras de ‘‘Fomenta’, crocheteando. En un puño sus logros, en el otro su publicidad.

Ha alcanzado la mayoría de edad como alcaldesa, leo por ahí, como si no hubiera nacido ya mayor de edad allá en el norte esta montañesa incansable, la aparejadora que exige los EPI’s a sus concejales y a los ajenos, que parece sólo tener como límite su propia linde, la de su cansancio personal, físico y mental. Para que vuelva a presentarse a la reelección, debe moverla el deseo de continuar haciendo una labor política por su ciudad –ella se considera una gaditana más– hasta sobrepasar los 70 años, una edad más que suficiente para retirarse a sus cuarteles de invierno. Esas velas de cumpleaños, esa tarta mayúscula la pagarán a escote Fermín del Moral, María de la O Jiménez, Rafael Román, Rafael Román (again), Marta Meléndez y el próximo candidato de San Antonio que pierda las locales dentro de dos años. Y lo harán con gusto, porque saben que no resucitarán de su condición de muertos hasta que la rubia se jubile. De una puñetera vez, añaden, por cierto.