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Cádiz, de cartón piedra

MERCEDES MORALES
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Alas diez menos diez de cualquier mañana, el centro de Cádiz es un decorado de lujo, un escenario de teleserie con atrezzo de cartón piedra. Todo lo que se ve a primera vista parece idílico; edificios históricos, plazas muy cuidadas, macetas con flores de temporada, quicios baldeados. Todo casi perfecto. Hasta que la paseante nota que algo falta... Vida. Hay demasiado silencio, una tranquilidad mosqueante. ¿Dónde están los gaditanos? Y a pocos minutos de tener esta sensación te invitan a adentrarte en el subsuelo de la ciudad, para que compruebes que, efectivamente, tal y como denuncia el olor a humedad y a alcantarilla mezclado con salitre, Cádiz tiene más de tres mil años de antigüedad. Ya lo sé. Ya lo sabemos. ¿Y ahora qué? ¿Qué pasa con la gente? ¿Dónde están los comercios modernos? Mientras entraba en una cloaca romana pensaba en una civilización muerta. Muerta y enterrada. El empresario no paraba de hablar, emocionado con sus datos y sus sueños, explicando los proyectos que tenía en mente para revolucionar el futuro turístico de Cádiz; unas cloacas romanas transitables para los curiosos, un montón de fantásticos monumentos a la vista de todos, un complejo hostelero que incluye hasta un restaurante temático en torno a los yacimientos arqueológicos tan comunes en esta preciosa ciudad. Pero todo con mucha ilusión y muy poco dinero. Como siempre. Y mientras tanto, esta paseante pensaba: «Los mismos proyectos que hace ocho años y el mismo emprendedor que hace ocho años». ¿Dónde están los demás? Ya eran casi las diez y ni rastro de bullicio en las calles. Y mi mente loca y caprichosa me trajo la imagen de los sarcófagos fenicios expuestos en el Museo Provincial, en ese mismo que van a cerrar a partir de este sábado cada mediodía. Esta ciudad tiene tanto por vender, tanto por explotar que lo único que le falta es una masa crítica, una clase media poderosamente formada, suficiente para hacer posible que unos cuantos destaquen y vayan emprendiendo y apostando por la ciudad. Y entonces me di cuenta, la clase media gaditana se resume a los funcionarios y a esa hora aún no habían salido a desayunar. Quince minutos después, me hubiera ahorrado esta reflexión.