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Economia

EL FÚTBOL, UNA INDUSTRIA QUEBRADA

¿Qué valores transmiten unas administraciones que aportan cifras astronómicas al deporte rey cuando no tienen dinero para la cultura, la educación y la sanidad?

IGNACIO MARCO-GARDOQUI
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Las últimas vicisitudes del Bilbao Basket han puesto de máxima actualidad el apoyo público al deporte. En su caso han sido la 'espantá' de su patrocinador (si es que se le puede llamar así) y las ayudas concedidas por la Diputación foral vizcaína los elementos que alimentan el debate. En cuanto al primero de ellos, lo que me sorprende es que alguien se pueda sorprender del desarrollo de la cuestión. Quien haya visto el nombre del patrocinador y su objeto social así como su vinculación con el entorno y quien pueda evaluar el impacto comercial del patrocinio podría haber apostado sin riesgo por el final de la historia. Por cierto que, en esto del impacto comercial del patrocinio, toda la saga anterior suscita la misma impresión.

Pero yo creo que es necesario levantar el vuelo y analizar un poco la actuación de los poderes públicos en la promoción del deporte en general y, mejor, del fútbol en particular. ¿Es comprensible que más del 95% de los procesos concursales iniciados terminen en la quiebra definitiva y disolución de la empresa afectada mientras que ninguno de los 29 que corresponden a clubes de fútbol haya tenido ese final? ¿Cómo es posible que el fútbol español deba miles de millones (muchos cientos de ellos a Hacienda y la Seguridad Social) y no desaparezcan? ¿Cómo se justifica que todas las administraciones, desde los municipios, a los gobiernos autonómicos, pasando por las diputaciones, involucren cifras astronómicas y ayudas incomprensibles en sostener una pequeña parte de la actividad deportiva cuando no hay dinero para la cultura y cuando se recortan los presupuestos para la educación y la sanidad? ¿Qué escala de valores estamos elaborando y sosteniendo desde el sector público? ¿Cuál es el sentido y el objetivo de esta política?

Ya sé. El deporte de élite entretiene a las masas, divulga por el mundo el nombre de la ciudad y atrae visitantes. Pero ¿es esa la forma en que queremos que se diviertan las masas? ¿Es por meros méritos deportivos por lo que queremos que se conozcan nuestras ciudades? ¿Son esas cuadrillas de hinchas enardecidos y descontrolados el tipo de visitantes que queremos atraer? Las cosas son como son, pero ningún estudio científico asegura que sean como deberían ser. Las actuaciones públicas se justifican mejor cuando se enfocan hacia la mejora de las personas y de sus comportamientos, y peor cuando su objetivo es mantener los malos modos y los vicios sociales.

No pretendo elevar el asunto hasta las alturas de la sociología. Carezco de fuerzas. Me quedo en las bajuras de la economía. ¿No supone este comportamiento un atentado claro contra la libre competencia? Porque las intervenciones públicas arbitrarias y sin control deportivo, las condonaciones al por mayor de deudas fiscales y las innumerables ayudas indirectas alteran claramente la competencia. Equipos quebrados con deudas multimillonarias siguen pagando cifras astronómicas a jugadores que luego ganan sobre el terreno a otros equipos más probos en su funcionamiento y más sensatos en sus costes.

Creo que el fútbol alemán es un ejemplo de máxima actualidad. Ha conseguido llenar los estadios, promover su cantera, tener clubes mejor financiados (más saneados) y aunque la competición se ve aquejada por las mismas carencias de interés que otras -siempre ganan los mismos-, al menos las intervenciones públicas están mejor controladas y son más esporádicas Y, para colmo, nos ganan a todos.

Pero aquí, en España, tenemos una situación compuesta de los siguientes ingredientes: una inflación absurda de costes salariales, un reparto injusto de los dineros que genera el espectáculo, una intervención federativa demasiado tenebrosa y una competencia deportiva resumida en dos equipos protagonistas omnipresentes, un reducido grupo de meritorios y una gran masa de desharrapados. Todo ello adobado por una cuentas poco claras y enturbiado por unas intervenciones públicas descontroladas e imprevisibles. El fútbol español vive en plena burbuja. Ojalá explote pronto. Tendremos una liga de quince equipos, más competencia y menos deudas. Aunque algunos, mejor dicho muchos, vayan a ganar mucho menos. Pero es que no se merecen más.