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Leibovitz, retratista de la fama

Su cámara ha sido espejo de una época capturada a través de rostros de políticos, artistas, deportistas y actores La fotógrafa gana el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades

PACHÉ MERAYO
OVIEDO.Actualizado:

En 2003, cuando su gran amor, Susan Sontag, recibió el Príncipe de Asturias de las Letras, Annie Leibovitz lo celebró con ella en su casa de Nueva York. Para entonces ambas sabían que el final de la escritora estaba cerca. Su muerte, en 2004, era una noticia esperada. No así que un día compartiría con ella el mismo premio. Y ese día llegó ayer, cuando el director del Instituto Cervantes y presidente del jurado del Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, Víctor García de la Concha, la proclamaba ganadora del galardón, coronando su flamante carrera de fotógrafa artística con un título que rescata su faceta de fotoperiodista en tiempos de la guerra del Líbano. De hecho es para el jurado, y así lo admite en su acta, «una de las dinamizadoras del fotoperiodismo mundial».

Leibovitz, que ha logrado contar la historia de su tiempo a través de los retratos de sus más ilustres habitantes, desde políticos a actores, pasando por deportistas, escritores, artistas y hasta reinas, entra en el club de los Premios Príncipe, además, estampando el segundo nombre de mujer en la categoría de Comunicación. Antes que ella solo ocupaba ese lugar en el palmarés la filósofa y escritora María Zambrano, premiada en 1981.

Advierte también el jurado que la creadora norteamericana, nacida en Connecticut el 2 de octubre de 1949, es una de las fotógrafas más respetadas en Europa y América. De hecho, algunas de sus imágenes se han convertido ya en un icono del siglo XX. Nixon en el momento de abandonar la Casa Blanca, John Lennon enroscado en su amada Yoko Ono o el histórico retrato de la reina Isabel II son solo una pequeña muestra de su reconocida obra gráfica. Con ella ha ocupado las portadas más prestigiosas del mundo y con ella se ha convertido también en la fotógrafa mejor pagada del planeta. Por una instantánea suya se han llegado a pagar 60.000 euros.

Sin embargo, y pese a que su trabajo ha ocupado paredes en los principales museos, no todas las reacciones al conocer su premio fueron elogiosas. Para algunos esta fotógrafa que se formó con la cámara en clases nocturnas mientras por las mañana estudiaba pintura en el Instituto de Arte de San Francisco e hizo su primera fotografía profesional con 19 años, no es la destinataria adecuada para «tan alta consideración». Así opinaba ayer el Premio Nacional de Fotografía Alberto García-Alix, que si bien se felicitaba por que el premio «destaque a una representante de este lenguaje», considera «demasiado premio» para alguien a cuya obra, según dijo, «le falta intensidad y profundidad». «Las fotografías de Leibovitz son de [revista] dominical».

Muy al contrario opinaba, al poco de darse a conocer el fallo, el también fotógrafo y Premio Príncipe de las Artes, Sebastiao Salgado, «muy contento» por el fallo en favor de la creadora norteamericana, «un símbolo mundial del retrato fotográfico». En una carta remitida a la Fundación Príncipe, que otorga anualmente los galardones, expresa que este premio «es uno de los grandes referentes internacionales en el ámbito cultural». «Estoy especialmente orgulloso de que se haya reconocido el trabajo de esta fotógrafa, algo que interpreto también como un reconocimiento a la fotografía misma y a nuestra hermosa profesión». Una profesión que Leibovitz lleva desarrollando más de 40 años.

Ya en 1970, antes de terminar sus estudios, empezó a trabajar en la revista 'Rolling Stone', de la que tres años más tarde sería jefa de fotografía. En 1983, con 142 portadas y la guerra del Líbano atrapada en su cámara, emprende una nueva aventura y se une al lanzamiento de 'Vanity Fair', la revista a la que su compañera Susan Sontag acudió con la famosa fotografía de Demi Moore, embarazada y desnuda, que acabó siendo una de esas portadas irrepetibles, aunque mil veces imitada.

La carrera de Leibovitz, que tras la muerte de Sontang y la de sus padres (2007) ha dado un giro de 180 grados, incluida la ruina, se centró pronto en el retrato. Su trabajo, que se caracteriza por pretender una narración no verbal de la historia de cada cual, ha estado siempre marcado por una cuidada y sofisticada puesta en escena, así como por una estudiada iluminación. Hoy, sin embargo, se preocupa más por la fotografía documental y por el paisaje limpio. Un libro titulado 'Peregrinaje', editado por Jonathan Cape, cuenta su nuevo camino y una exposición, en el Museo Smithsonian de Washington, la reconoce por sus instantáneas.