Artículos

La impunidad

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

De todo el repertorio de frases hechas, expresiones manidas y topicazos que la estafa en que vivimos -basta de llamarla crisis- ha esculpido y escupido en nuestras conversaciones, las hay más o menos cargantes, distintos grados de imbecilidad y capacidad para enervar. Triunfó la de «la vida por encima de las posibilidades» que pone la sangre al baño maría cuando la frase no ha llegado ni a la mitad de su breve duración. También está «lo que cae». Y lo que cuelga. Pero hay un término que ha calado, nos han colado, sin que sepamos el daño que causa. Se trata de «impunidad». La Real Academia de la Lengua (lo acabo de mirar en su web que es un prodigio) la define con limpieza y esplendor, como le corresponde. «Falta de castigo», dice. Sin más. Tres palabras y una es preposición que casi no cuenta. Los que han propiciado todo esto, este atraco a mano alzada de proporciones planetarias, no pagan por nada, no dimiten, no les despiden, no se arruinan, ni se suicidan como en el 29 (aún quedaba elegancia), ni se disculpan, ni -regresemos a la definición- reciben el menor castigo, siquiera en forma de bochorno, de bofetada de madre o amigo que causa más dolor en la dignidad que en la cara. Habría que tener algo de eso para percibir el menor daño, claro.

Pero el hecho, empíricamente demostrado cada mañana en cien informaciones, no significa que no haya castigo. Sólo quiere decir que los autores, los responsables, los creadores con premeditación, alevosía y, sobre todo, avaricia de tanto mal no pagan, no acarrean con las consecuencias. Sólo eso. No quiere decir que no haya perjuicio, dolor, ni castigo. Cada céntimo robado en cada subvención, en cada expediente irregular de regulación, en cada zona franca, en cada institución, en cada sueldo inflado de directivo financiero, en cada burbuja, en cada prebenda obtenida con genuflexión hay castigo. Infligido en espalda ajena, en una huesuda, en carne viva, la de todos esos que ahora ven cómo les regatean cada servicio público, cada asignatura y cada receta, cada prestación, cada moneda invisible de cada nómina volátil, cada indemnización por despido. No hay falta de castigo. Existe. Es peor. Lo reciben las víctimas.