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«Un mono me ha tirado una piedra. ¿Puede ayudarme?»
El Ministerio de Exteriores británico publica la lista de las consultas más estrambóticas realizadas en sus embajadas para concienciar a sus ciudadanos
MADRID Actualizado: GuardarLa diplomacia británica tiene fama de ser una de las mejores de mundo, y este prestigio se ha conseguido, en gran parte, gracias a una potente red de legaciones que cubre todo el orbe. Desde la última isla del Pacífico hasta Suramérica, pasando por cualquier país africano, una oficina del Foreign Office atiende a los británicos que lo necesiten, de manera que todo aquello que requieran encontrará respuesta. ¿Todo? No, todo no, aunque muchos súbditos de la Reina crean que sus sedes son como un teléfono de la esperanza que te resuelve cualquier problema.
Con la idea de demostrar hasta qué punto las embajadas tienen que perder el tiempo con demasiados casos ridículos, detrayendo recursos de su verdadera e importante labor, el Ministerio ha publicado esta semana las peticiones recibidas más sangrantes. Preguntar cuál es el mejor bar de determinada ciudad para ver los partidos de fútbol de los equipos ingleses es el gran clásico. A eso se unió, el año pasado, las demandas referidas a conseguir entradas para los Juegos Olímpicos de Londres.
Pero la lista alberga situaciones surrealistas. Un hombre pidió a la Embajada británica en Roma que le tradujeran una frase que quería tatuarse en su cuerpo. Otro reclamó al representante diplomático en Estocolmo que le ayudara a buscar información sobre una mujer a la que había conocido por Internet. Una mujer llamó a la Embajada en Tel Aviv y les pidió que convencieran a su marido para que comiera más sano, se pusiera en forma y, de esa manera, les resultara más fácil tener un hijo. En Pekín, una mujer pidió ayuda porque compró unas botas ‘Made in China’ y creía que eran de baja calidad.
Y continúa lo estrambótico: en Camboya, un británico exigió los servicios de la legación para reclamar una indemnización después de ser hospitalizado por culpa de un mono que le tiró una piedra en la cabeza. Al cónsul de Montreal le preguntaron cuál era el color del pasaporte británico porque de por medio había una apuesta de 1.000 libras. Y alguien consultó en una delegación sin determinar cuál era el nombre del reloj que portaban los marinos de la Royal Navy entre 1942 y 1955.
Con semejante panorama, al responsable de Asuntos Consulares británico, Mark Simmonds, no le ha quedado otra que hacer un llamamiento a la cordura. “Recibimos un millón de consultas cada año, así que pensamos que es importante que la gente entienda que no podemos darles apoyo para cualquier cosa que les pase en el extranjero. No somos los más indicados para ayudar a la gente a organizar viajes o hacer planes sociales. Nos dedicamos a ayudar cuando de verdad suceden problemas serios”, concluye Simmonds.