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Alfredo Landa, en una foto de archivo. :: CHEMA BARROSO
Sociedad

El landismo se queda huérfano

Fallece a los 80 años Alfredo Landa, un icono de nuestro cine que encarnó mejor que nadie al españolito medio

OSKAR L. BELATEGUI
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Era el único actor del mundo cuyo apellido dio origen a un género. Alfredo Landa sostenía que el término landismo lo inventaron para jorobarle. «Lo dicen con ánimo peyorativo, pero yo fui un fenómeno sociológico», le contaba a este periodista. «¿Dónde está el 'gomecismo' o el 'perecismo'? El landismo es una denominación de origen, como el vino de Rioja. Cuando quieran saber cómo éramos en aquellos años, tendrán que echar mano de esas películas».

Landa fue icono de lo celtíbero, entrañable encarnación del españolito cabreado y salido. Un currante nato que algún año llegó a rodar cinco películas y a empalmar una obra de teatro con dos sesiones diarias. «Nadie me ha visto jamás en el rodaje con un guion en la mano», se vanagloriaba. Pocos actores pueden presumir de su popularidad. Pero esa imagen colectiva de perseguidor de suecas siempre se solapó a sus trabajos maestros en 'El crack', 'Los santos inocentes', 'La vaquilla', 'El bosque animado' y tantas otras. Ayer murió en su domicilio de Madrid a los 80 años.

Su amigo Manuel Alcántara sentenciaba que el navarro había interpretado muy bien su vida. Por eso dejamos de verle en público desde que hace cinco años subiera a recoger el Goya de Honor (tenía otros dos) y balbuceara un discurso de agradecimiento que descubrió problemas de salud poniendo un nudo en el estómago a toda España. Al día siguiente, el entonces presidente Zapatero le halagó con un telegrama y una caja de whisky irlandés. En la etiqueta, en vez de Jameson ponía Landason.

Un ictus cerebral en 2009 le había recluido en casa en los últimos tiempos dejándole en silla de ruedas, sin su gozosa vida de jubilado entre San Sebastián y Marbella. Sin las partidas de mus, los martinis y las tertulias con los amigos. Lega 130 largometrajes y un libro de memorias, 'Alfredo el Grande', donde ajusta cuentas con la profesión y que puede leerse como la historia de medio siglo de miserias del cine español. 'Luz de domingo', de José Luis Garci, el director con el que más veces trabajó, fue su última película antes de anunciar su retirada en 2007.

Nacido en Pamplona en 1933, Alfredo Landa, «navarro hasta las cachas», era hijo de un comandante de la Guardia Civil que se pasó media vida arrestado por negarse a ponerse al frente de un pelotón de fusilamiento. El veneno del teatro le picó en San Sebastián cuando formaba parte de las Juventudes de Acción Católica. Estudió Derecho y participó en la creación del Teatro Español Universitario (TEU), pero desde el final del bachillerato ya había alertado en casa que quería ser cómico, una herejía en la España de los años 50. «Lo único que aprendí del Derecho Romano fue la definición de usucapión».

Con 25 años, siete mil pesetas y dos pares de zapatos se trasladó a Madrid, donde alternó el teatro con el doblaje. Su debut en el cine fue en 1962 con 'Atraco a las tres'. Después llegaron un sinfín de comedias que demandaban la figura de un pícaro cabreado de buen fondo. Solo en 1968 encadenó cinco largometrajes: 'Los subdesarrollados', 'No somos de piedra', 'Despedida de casada', 'Los que tocan el piano' y 'La dinamita está servida'. «Saltaba de película en película como quien va de cama en cama», cuenta en sus memorias.

Su carrera discurre paralela a la historia del país. Con la democracia, llega la madurez y el reconocimiento, aunque tras la muerte de Franco estuvo un año sin trabajar. Hasta que Juan Antonio Bardem le llamó para 'El puente'. «No quise comulgar con la etapa del destape por los valores que me han inculcado, por mis creencias. En mi época landista mi personaje siempre fue el español medio: limpio en la mirada y el comportamiento».

Grito en el cielo

Su detective Areta en la saga de 'El crack' descolocó a los que veían en él a un simple caricato. Este Bogart cañí, hosco y más listo que el hambre demostraba una vez más que grandes actores dramáticos suelen esconder los cómicos. Cuando José Luis Garci movía el guion y decía que Landa era el protagonista, los productores ponían el grito en el cielo. El actor cuenta que temblaba en la primera proyección con público. Respiró aliviado en la primera escena, cuando el detective abría la boca en un bar y decía: «Baretta, dame el mechero o te quemo los huevos».

El premio al mejor actor en Cannes por su Paco de 'Los santos inocentes', ex aequo con Paco Rabal -inolvidable Azarías-, permanece como uno de los mayores reconocimientos internacionales del cine español. Solo Landa podía ser el bandido Fendetestas de 'El bosque animado', el soldadito español de 'La vaquilla' berlanguiana, el Sancho Panza del 'Quijote' de Gutiérrez Aragón...

«Todas las traiciones y sinsabores se me han olvidado cuando he girado la llave para entrar en casa», reconocía el actor, casado durante más de medio siglo con su primera y única novia, madre de sus tres hijos. Landa se tomaba «un frasquico de respeto» con el café con leche mañanero. Y su célebre mala hostia siempre daba paso a la afabilidad de un gran contador de historias. «Tengo buen corazón, pero si me tocan el magro salto». José Sacristán, que le acompañó con maleta de cartón en 'Vente a Alemania, Pepe', acertaba ayer a alabar su condición de superdotado. Con Alfredo Landa muere una generación de cómicos sin relevo.